miércoles, 26 de febrero de 2014

Capítulo 79. 'Indivisible'.

-      ¿Lo hueles?
Annie intentó inspirar con tranquilidad, pero estaba demasiado agitada. Las pesadillas se mantenían incluso cuando tenía los ojos abiertos, pesadillas que bien podían ser recuerdos.
-      No. ¿Qué es? – preguntó el otro torturador, observándole los ojos con una linterna.
-      Huele raro – aclaró el primero, tomándole a Annie el pulso.
El otro se encogió de hombros y siguió examinando a la chica. Annie intentó cerrar los ojos para que la luz no la cegara, pero el hombre se los mantenía bien abiertos con los dedos.
-      ¿De verdad no lo hue…?
Pero el hombre cayó al suelo de repente, con los ojos en blanco. Su compañero dejó caer la linterna y se arrodilló a su lado, dándole palmadas en las mejillas. Annie miró a los dos torturadores, pero los párpados volvían a ser pesados. ¿Le habrían aumentado la dosis de morflina para dormirla?
-      ¿Qué demon…?
El otro torturador cayó al suelo junto a su compañero. Annie intentaba mantenerse despierta. ¿Qué estaba pasando? Se giró hacia Johanna, pero la chica ya había caído desmayada. Annie intentó gritar, pidiendo ayuda, pero una oleada de aire ácido le entró en la garganta y comenzó a toser. Se escuchaban gritos a lo lejos. ¿Qué clase de nueva tortura era esa?
-      ¡Por aquí, vamos! – gritaba una voz masculina -. ¡Son estas cuatro, vamos!
La puerta se abrió de golpe, dejando pasar a un chico joven, el mismo de pelo oscuro que había visto en la televisión. Annie intentó enfocarlo, pero la vista comenzaba a nublársele. El chico colocó una mascarilla sobre su boca, cortándole las correas con un cuchillo. Annie se irguió con ayuda del chico, mareada, sujetándose la cabeza con las manos.
-      ¿Qué está…?
-      Ya estás a salvo – dijo el muchacho, tirando de ella -. ¡Boggs, tengo a Annie Cresta!
Annie cerró los ojos, respirando aire puro a través de la mascarilla. Los ojos del chico eran grises, como el cielo nublado. Annie se agarró a su muñeca.
-      Johanna…
-      ¿Dónde está Peeta? – preguntó, soltándola.
Annie señaló al cristal. Tres hombres más con mascarillas entraron en la celda y colocaron un dispositivo en el cristal, quebrándolo sin llegar a estallarlo del todo. Uno de ellos,  el hombre musculoso, se lanzó con el hombro hasta que el cristal se rompió completamente y atravesó la celda. El muchacho que estaba con Annie se levantó de golpe.
-      Yo voy a por Peeta – señaló a Annie con la cabeza -. Ella está despierta, lleváosla al aerodeslizador. ¡Ya!
Otro hombre moreno la cogió en brazos y la sacó de la celda. Sin embargo, Annie estaba inquieta, a pesar del aturdimiento.
-      Johanna…
-      Tranquila, ya la están sacando.
Annie alargó la cabeza y la vio salir en brazos del hombre musculoso, el tal Boggs. Ni siquiera se habían molestado en ponerle una mascarilla, ella ya estaba inconsciente. Annie se dejó caer sobre el pecho del hombre.
-      Estás a salvo, estás a salvo – repetía el hombre.
-      ¡Mitchell, nos atacan!
El hombre que llevaba a Annie se dio la vuelta bruscamente. Boggs iba tras ellos, protegiendo a Johanna, que parecía bastante menuda en sus brazos, con su propio cuerpo.
-      ¡Hawthorne, date prisa! – chilló, disparando como podía contra un torturador.
Mitchell soltó a Annie y la apretó contra la pared, cubriéndola con su cuerpo. Annie sentía las piernas de gelatina, incapaz de mantenerla en pie, pero el apretón del hombre la mantenía erguida.
-      ¡Hawthorne, a tu espalda!
Se oyó un grito de dolor. Mitchell se separó de la pared y cargó a Annie con un brazo. La chica sentía un intenso mareo y ganas de vomitar, pero se contuvo. Era todo efecto del gas que retenía la mascarilla.
-      ¡Boggs! ¡Boggs, coge a Peeta!
Annie vio cómo el hombre le pasaba a Johanna a otro y se giraba, disparando a diestro y siniestro a los torturadores. Mitchell colocó un brazo alrededor de la cabeza de Annie y salió corriendo, evitando las balas que le lanzaban los torturadores.
-      ¡Vamos, vamos, al aerodeslizador!
La chica entreabrió los ojos. El hombre que transportaba a Johanna los adelantó y abrió la puerta tirando un explosivo. Annie sintió el calor de las llamas en su piel, pero estaba demasiado dolorida como para que tuviese alguna verdadera importancia.
La luz natural del sol fue como una antorcha colocada sobre sus ojos. Las lágrimas se deslizaron por sus mejillas. Estaba a salvo, en la calle. Los habían rescatado.
-      Finni…
-      Está en el 13, Annie. Allí es donde vamos.
Annie sintió tal alivio que su cerebro empezó a desconectarse. Quizá fuesen los gases, quizá el cansancio. Lo último que vio antes de caer inconsciente fue al hombre que cargaba a Johanna atravesar las puertas del aerodeslizador con su amiga en brazos.
Cuando despertó, lo primero que sintió fue que ya no tenía la mascarilla colocada sobre la cara. Meneó los brazos para deshacerse de las correas, pero sus muñecas estaban libres. Annie extendió las manos frente a sus ojos. Tenía las manos magulladas, en carne viva, pero libres. Sonrió, a pesar del esfuerzo que ese sencillo movimiento le producía.
-      ¿Cómo vas, Hawthorne? – dijo una voz a unos metros.
-      He… he tenido días mejores. ¿Cómo están?
El chico de pelo oscuro hablaba con dificultad, pero estaba vivo. Annie se giró, buscando a Johanna. Recordaba haberla visto entrar, pero ¿estaría viva? Empezó a ponerse nerviosa.
-      Inconscientes todos. Los efectos del gas se pasarán en unas horas, cuando lleguemos al 13. No te muevas mucho.
Annie se dejó caer sobre el colchón. Inconscientes, pero no muertos.
-      Solo hemos perdido a Light, pero, por suerte, lo mataron rápidamente. La tortura hubiese sido mucho peor para él de lo que ha sido para ellos.
Annie se giró, buscando a Johanna, lo que no pasó desapercibido para nadie. Boggs se levantó rápidamente, seguido de Mitchell y una mujer rubia con un feo corte en la cara.
-      Annie – susurró Boggs, agachándose junto a ella -. ¿Cómo te encuentras?
La chica gimió. Aún tenía la garganta irritada por los gases y los gritos. La mujer rubia le puso una manta sobre el cuerpo y comenzó a examinarle las heridas.
-      Deberías dejar eso para un médico, Leeg.
-      O quizá deberías callarte, Mitchell.
Leeg le sacó el brazo y comenzó a examinarle las muñecas magulladas. Annie hizo una mueca cuando la mujer colocó un trapo mojado sobre su piel.
-      Lo siento – dijo la mujer, mordiéndose el labio.
-      Te dije que lo dejases.
-      Y yo que te callaras, así que…
-      Se acabó – zanjó Boggs, acuclillándose junto a Annie -. Duerme. Aún faltan unas horas.
-      ¿Está Fi…?
-      Está perfecto, y estará mejor cuando estés allí. Descansa.
Annie asintió, pero no era capaz de cerrar los ojos. Iba a ver a Finnick, por fin. Después de tener que ver cómo se lo llevaban al Capitolio para volverlo a meter en la Arena. Después de verlo enfrentarse a un reloj de horrores. Después de ver morir a su mejor amigo y ser torturada. Iba a verlo, a tocarlo.
-      Ponedle morflina – sugirió Hawthorne desde la camilla -. No va a dormirse si no le dais algo.
-      No, no… Morflina no…
Annie se agitó, pero no pudo evitar que la mujer le clavase la jeringuilla en el brazo.
Se sumió en un sueño blanco, que es como había comenzado a llamar al estado en el que la sumía la morflina, porque no concebía 'dormir sin soñar'.
-      Annie…
La muchacha abrió los ojos. No le habían puesto una dosis potente, por lo que no era difícil sacarla del sueño blanco. Annie se levantó, aún con la cabeza dándole vueltas. Boggs estaba junto a ella, y podía verlo con claridad. Ojos claros, pelo corto, pálido y lleno de mugre, pero vivo y relativamente contento. La ayudó a levantarse, poniéndole una mano en la cintura.
-      Bienvenida al 13.
Annie miró al resto de la patrulla. Llevaban a Johanna en una camilla, aún inconsciente. Peeta también estaba aún dormido, con la cabeza apoyada en otra camilla que ya estaban sacando del aerodeslizador y metiendo en un ascensor. Mitchell colocó una manta alrededor de sus hombros y la acompañó hacia otro ascensor, junto con Johanna.
-      Hawthorne – decía Boggs, delante de ellas -, será mejor que vayas a que te saquen eso de la espalda. Ya.
Hawthorne desapareció, sujetándose el hombro, que chorreaba sangre. Annie se arropó con la manta cuando las puertas se cerraron, con una mano en la camilla de Johanna.
-      Lo mejor es que ahora vayas a ver a un médico antes de nada para que te curen eso – sugirió el soldado, mirándole las muñecas -. Antes de que se te infecte.
Annie asintió, pero se moría de ganas de ver a Finnick. Ni siquiera sabía qué iba a decirle, o qué iba a decir él. Con verlo vivo con sus propios ojos, le bastaba.
Salieron del ascensor. Mitchell se dirigió a una habitación mientras dos soldados conducían la camilla de Johanna con rapidez. Annie vio a Boggs pasarse la mano por la cara mientras dirigía a unos y otro hacia distintas habitaciones. Annie se sentó, mareada. Mitchell le había dicho que debía ir a ver a un médico que examinase sus heridas, pero no sabía dónde ir. Estaba más perdida de lo que había estado en mucho tiempo. Levantó la mirada.
Quizá, si encontraba a Mitchell de nuevo, él podría dirigirla a algún sitio. O seguir a Johanna, a la que seguramente estaban llevando a algún doctor. O…
Primero vio a Katniss Everdeen. Deambulaba por el pasillo con la cara contraída en una máscara de confusión y emoción, una combinación tan extraña que a Annie le pareció maquillaje. Pero no era maquillaje, de eso estaba segura. Haymitch Abernathy estaba a su lado, también impaciente. Entonces, Katniss se corrió hacia una habitación, la misma en la que había entrado el soldado Hawthorne.
Y allí estaba él. Parecía perdido, rígido, sin su sonrisa. Annie abrió la boca para llamarlo, pero la voz parecía no acudir. Temió haberse quedado muda.
Vio a Finnick girarse en cuanto la camilla de Johanna pasó por su lado, alargando las manos hacia ella. Katniss tiró de él. Annie se levantó, corriendo hacia él, tambaleándose.
-      ¡Finnick!
Los ojos verdes del chico se clavaron en ella y, por un segundo, parecía más confuso aún. Como si sospechase que ella no era real. Como si esperase que desapareciera. Entonces, soltó la mano de Katniss y corrió hacia ella.
-      ¡Finnick! – chilló ella.
Porque era real. Estaba ahí, a su lado. A unos metros. Centímetros. Y cuando él la tocó, se dio cuenta de que no necesitaba ver a un médico. Finnick la abrazó, haciéndola tropezar. Golpearon contra una pared, él sobre ella, con los labios puestos en la piel de su cuello. Finnick no se movió, ni ella tampoco. No, no necesitaba un médico. Lo necesitaba a él, que hacía que desapareciese cualquier dolor.
-      Estás aquí – susurró él, colocando los labios bajo su oreja -. Estás aquí.
Annie levantó la mano hasta su pelo. Era real. No era una visión, ni un recuerdo provocado por un suero. Estaba ahí. Se apartó de él y ambos recorrieron el rostro del otro con los dedos, asegurándose de que estaban ahí. Finnick sonrió, dejando caer un par de lágrimas. Ella le acarició la piel de las muñecas, tan suave como siempre había estado. Sus frentes se rozaron y ambos cayeron al suelo de rodillas, abrazados.
-      Estás aquí – murmuró ella, acariciándole la cara.
-      Estoy aquí.

sábado, 15 de febrero de 2014

Capítulo 78. 'Si tuviera que empezar por el principio'.

Finnick.
Annie susurraba su voz en sueños. El chico alargaba una mano hacia ella, que estaba en una especie de jaula que nunca lograba alcanzar. Annie repetía su nombre.
Salvo que no era Annie.
Finnick abrió los ojos con pesadez y se giró. Katniss estaba junto a él, con los ojos hinchados y el pelo revuelto.
-      Finnick… Van a por ellos. A por todos ellos.
Finnick se irguió repentinamente, ignorando el mareo. Le temblaba todo el cuerpo. Iban a sacar a Annie de esa cárcel, iban a acabar con la tortura. Puso los pies en el suelo, pero la mano de Katniss sobre su pecho lo detuvo.
-      ¿Qué haces? – preguntó, cogiéndole con suavidad la muñeca -. Vamos. Vamos a por ellos.
-      Finnick… - Katniss tragó saliva con esfuerzo -. Ya se han ido.
Finnick se dejó caer sobre la cama, mirándola desconcertado. ¿Por qué nadie lo había despertado? ¿Por qué nadie le había dicho que iban a por Annie? ¿Por qué no le habían preguntado si quiera si quería ir? Finnick golpeó con fuerza la almohada.
-      Les he pedido que nos dejen hacer algo – continuó Katniss, con la voz rota. Ella se sentía tan impotente como él.
-      ¿Algo como qué? Ya no vamos a montar en ese aerodesli…
-      Lo que sea, Finnick – interrumpió ella -. Lo que sea.
El chico se recostó sobre la cama, cerrando los ojos. Pasase lo que pasase, ese era el día. Si conseguían sacarla de allí, terminaría el sufrimiento. Terminarían las pesadillas, las noches sin dormir, las recaídas, la locura. Si ella moría… Bueno, la prefería muerta a torturada, sufriendo y debatiéndose constantemente entre seguir luchando o dejarse morir, pero sabía que no sería capaz de vivir sin ella. No era un tópico. No lo sentía así por quererla. No era que no se imaginase viviendo sin ella. Era que no se mantendría cuerdo si Annie moría.
-      ¿Por qué estás tan tranquilo? – preguntó Katniss, cuyas manos se agitaban sobre el colchón.
-      ¿Es que no lo ves, Katniss? Esto lo decidirá todo de una u otra forma. Al final del día, estarán muertos o con nosotros. Es... – Finnick tragó saliva. Después de semanas preocupado por ella, todo eso acabaría en unas horas -. ¡Es más de lo que podíamos esperar!
Haymitch apartó la cortina con fuerza. Los necesitaban a ambos para desviar la atención del rescate. Necesitaban tener al Capitolio embaucado en algo, distraído, para que Annie, Peeta y Johanna pudiesen salir de ahí, incluso y especialmente al Presidente Snow.
-      ¿Se os ocurre algo así? – preguntó el hombre, poniéndose un dedo en el mentón.
-      Peeta – susurró Katniss.
Finnick la cogió por la muñeca, preocupado porque tuviese otra recaída. Pero se equivocaba.
-      Sí – coincidió Haymitch, poniéndole una mano en el hombro a la chica -. El Capitolio aún quiere saber sobre los trágicos amantes, más ahora que cada uno estáis en un bando a sus ojos. Que te preparen, nos vemos en una hora.
Finnick observó marcharse a Haymitch. Katniss estaba a su lado, con la mirada clavada en las manos del chico. Finnick volvió a acariciarle a muñeca y le sonrió para infundirle ánimos.
-      Es por ellos.
Una hora después, se encontraron ambos en las ruinas del 13. Todo el equipo estaba dispuesto en torno a Katniss, que se sentó en un pilar y, tratando de serenarse, habló de Peeta. De cómo lo conoció, cuando toda su vida parecía caerse por la borda, tras perder a su padre, hambrienta, con toda su familia muerta de hambre. Habló con la voz ronca de cómo él había quemado un pan a posta solo para poder dárselo a ella. Finnick bajó la mirada. Quizá ella se había enamorado de él ahí y nunca se había dado cuenta.
Cuando acabó, enviándole un mensaje completamente revolucionario a Snow, Finnick miró a Plutarch, que estaba frente a un monitor, meando la cabeza.
-      El final es flojo. Podemos aprovechar lo del pan, pero no dura ni veinte minutos. No es suficien…
Los ojos de Plutarch Heavensbee se clavaron en Finnick Odair. El hombre se limpió las manos en su impecable traje gris y se dirigió hacia él, acompañado de Haymitch.
-      Finnick… ¿puedes aportar algo a esto?
-      ¿Yo? No quiero hablar de Ann…
-      No me refería a Annie, Finnick – aclaró el hombre -. Me refería a… ti mismo.
Oh. Un escalofrío le recorrió toda la columna vertebral. No le gustaba hablar de eso. No quería. Le daba asco.
-      Plutarch…
-      Haymitch, todo lo que él pueda decir sobre eso es lo suficientemente interesante como para que, como tú bien has señalado, ni siquiera Snow pueda despegarse de la pantalla.
-      Pero…
-      ¿Podrías, Finnick? – insistió Plutarch, apartando a Haymitch con la mano -. ¿Para la distracción?
Finnick se tragó la bilis que amenazaba con provocarle una arcada y asintió. Heavensbee le sonrió, dándole una palmada en el hombro. Se sentía a punto de vomitar o desmayarse. Nunca le había gustado hablar del tema. Lo odiaba. Cualquiera que hubiese pasado por algo así lo entendería.
-      Estás blanco – señaló Haymitch, cogiéndole del codo -. No tienes por qué hacerlo.
-      Es por Annie – gruñó, aclarándose la garganta -. Además, estoy lleno de secretos.
Finnick ocupó el lugar de Katniss frente a la cámara. No necesitaba maquillaje. No quería, tampoco. El maquillaje simplemente lo había convertido en un producto más del Capitolio.
-      No tienes por qué hacerlo – repitió Haymitch.
-      Debo hacerlo si la ayuda – Finnick soltó la cuerda que, sin saberlo, había estado enrollando y se alisó el traje -. Estoy listo.
Cressida, la directora de las propos, encendió la cámara de nuevo y lo enfocó. Finnick trató de serenarse. ¿Por dónde empezar? Los versos de Annie regresaron a su mente, como un soplo de aire.

Si tuviese que empezar,
sería adecuado empezar por el principio.
¿Pero cuál?
¿La primera mirada, el primer roce,
el primer beso?
Los principios están llenos de primeras veces.
Pero mis primeras veces
nunca han sido las tuyas.

-      El Presidente Snow – comenzó, mirando directamente a la cámara, hablando a todo el país – solía… venderme. Vender mi cuerpo, quiero decir. Y no fui el único. Si pensaban que un vencedor era deseable, el presidente lo ofrecía como recompensa o permitía que lo comprasen por una cantidad de dinero exorbitante. Si te negabas, mataba a algún ser querido. Así que lo hacías – Finnick tragó saliva, al recordar a Johanna llorando, probablemente por última vez en su vida, cuando Snow le arrebató a Nell -. No fui el único, aunque sí el más popular. Y quizá el que estaba más indefenso, porque la gente a la que quería también lo estaba – Annie. Mags. Incluso Dexter -. Para sentirse mejor, mis clientes me regalaban dinero y joyas, pero yo descubrí una forma de pago mucho más valiosa.
Finnick se pasó la lengua por los labios y comenzó a hablar de todos los secretos que sus clientes habían susurrado adormecidos a la luz de la luna, apoyados en la almohada mientras él se daba asco a sí mismo. Claudius Templesmith, que siempre se jactaba de amar a su excéntrica mujer, había sido uno de los primeros en pagar por acostarse con él. ¿Quién iba a decirlo del famoso presentador, que incluso había afirmado sentir una severa atracción por Caesar Flickerman? ¿Y qué tal hablar de los hermanos Cordelius, mellizos y unidos desde el nacimiento, parecidos como dos gotas de agua, que mantenían una relación incestuosa en secreto y que habían pagado ambos para yacer al mismo tiempo con el increíble Finnick Odair? Finnick repasó una extensa lista de clientes y sus más oscuros secretos, como el severo ministro y fiel consejero del Presidente Snow, Garden Trevolar, a quién le gustaba amordazar a sus compañeros de cama y rociarlos con una especie de aceite antes de proceder; Daleey Prescett, Vigilante Jefe de la década de los Sexagésimos Juegos, que no se había cortado en decirle cómo había ascendido aplastando a sus compañeros con un par de gotas en una bebida y un desafortunado incendio. Y cómo olvidar los métodos de tortura: utilización de venenos directamente inyectados en vena que atacaban a la parte del cerebro encargada del dolor, o de los recuerdos; hierros candentes colocados sobre la piel, mutilación, y no solo la lengua…
Y después, Snow. Finnick abrió la parte de su mente que había destinado a esa información como quien abre un cajón para extraer ropa. Finnick tenía secretos guardados para destruirlo, secretos que podían arruinarlo. Y ese era el momento de utilizarlos y deshacerse de ellos.
El Presidente Snow, tan serio, tan formal, el mismo hombre que había pedido acostarse con una vencedora del 2 y, al negarse esta, había matado a su familia tan fácilmente como si se hubiese quitado una mota de polvo de la chaqueta. El mismo cuyo hijo había violado a una pobre chica del distrito 11. El mismo cuya hija Sophilia había sido infiel a su marido, un pobre tonto llamado Boris, con un Agente de la Paz al que había asesinado después con veneno, el mismo arma de su padre.
-      Porque bueno, Snow, viejo amigo, ya sabes lo que dicen… El veneno es un arma de mujer, ¿me equivoco?
Finnick repasó todas las veces que había oído hablar de veneno en manos de Coriolanus Snow, un hombre que había aprendido a utilizarlo muy joven, cuando envenenó a su propio hermano para heredar toda la herencia de sus padre. Y, cuando, tras los Días Oscuros, se le ofreció el poder, no dudó en formarse una escalera de cadáveres para eliminar toda la competencia. La ambición fue lo que bebía mientras los que habían sido sus compañeros caían a sus pies como moscas, debido al veneno que el joven Coriolanus vertía en sus copas. Amigos y enemigos, aliados y posibles amenazas morían de diversas formas, excusando sus muertes a través de virus y enfermedades sin sentido. El mismo presidente bebía de esas copas, pero solo él conocía el antídoto para los venenos que preparaba. Más de una vez había tenido que arrastrarse hacia la vitrina en la que los tenía, moribundo, para verter en su boca unas gotas que eliminasen el veneno. Como la serpiente que se muerde y se cura la lengua a sí misma. Pero esas mordeduras no lo dejaban intacto, sino que toda su boca estaba llena de llagas y heridas siempre sangrantes y siempre abiertas. ¿Pero cómo taparlo?
Rosas. Rosas modificadas para potenciar su olor, tapando el de la sangre que manaba de su boca. Snow tragaba sangre mientras sonreía al que él mismo proclamaba su querido pueblo. Tragaba sangre mientras veía morir a sus compañeros, a su primera esposa. Tragaba sangre mientras veía los Juegos, sentado en su sillón con su nieta al lado. Tragaba sangre mientras escuchaba todos los secretos que el inofensivo Finnick Odair estaba contando.
Finnick bajó la cabeza, exhausto, pero Cressida no paraba de grabar. Al final, fue él mismo el que tuvo que decir ‘corten’ y marcharse de allí, lo más lejos posible. Se sentía liberado, pero mientras hablaba se había dado cuenta de que todo lo que había dicho solo prolongaría la tortura de Annie en el caso de que no la sacasen, más dura y más horrible. Finnick se inclinó sobre un pilar, con el estómago revuelto amenazando con echar el desayuno.
-      Increíble – dijo una voz sobre él -. ¿Es todo eso verdad? ¿Lo de Claudius, Bartholomus y Snow?
Finnick asintió, alejándose. Lo que menos le apetecía era comentar los secretos que había guardado durante seis años con Plutarch Heavensbee.
Beetee consiguió colocar el monólogo de Finnick de una hora de duración en las televisiones de todo el país, sin interferencias. Finnick se negó a escuchar. Había soltado todo eso y no tenía la más mínima intención de dejarlo volver a entrar. No le apetecía seguir siendo el chico de los secretos. Ni siquiera prestó atención a Beetee cuando éste intentó explicarles a él y a Katniss cómo iban a rescatarlos. Katniss lo dirigía por los pasillos, ansiosa, y era la que discutía y alzaba la voz ante los guardias. Finnick estaba cansado, nervioso y preocupado. Y asustado, muy asustado.
Anudó el cordón una y otra vez, haciendo y deshaciendo nudos complicados que solo unas manos expertas podían conseguir. Se tumbó en posición fetal, abrazándose las rodillas con los dedos entrelazados. Katniss no se separaba de él, haciendo nudos, haciendo nudos…
Tic, tac. El reloj no dejaba de sonar. Finnick se irguió. ¿Estaría viva? ¿Estaría muerta? Se tiró del pelo, desesperado.
-      ¿Te enamoraste de Annie desde el primer momento, Finnick?
El chico se giró hacia Katniss, que estaba sentada en el suelo con la cabeza apoyada sobre las rodillas. Finnick le tocó la muñeca. De nuevo, los versos del poema volvieron a su cabeza.
Si tuviese que empezar,
sería adecuado empezar por el principio.
¿Pero cuál?
¿La primera mirada, el primer roce,
el primer beso?
Los principios están llenos de primeras veces.
Pero mis primeras veces
nunca han sido las tuyas.

¿Cuándo se había enamorado de Annie? ¿Cuando la había recogido en las escaleras el día de la cosecha y se habían mirado a los ojos por primera vez? ¿Cuando la había consolado en el Capitolio y se había prometido devolverla a casa? ¿Cuando la había bañado cuando estaba completamente inestable? ¿En la playa? ¿La noche que ella lo besó por fin?
-      No – respondió -. Ella creció dentro de mí*.


*En la publicación en español, la frase que Finnick dice es ‘los sentimientos aparecieron sin darme cuenta’. Sin embargo, creo que es mucho más acertado una traducción más o menos (repito, más o menos) literal de la frase en inglés ‘she crept up on me’ que, a mi parecer, hace más referencia a la historia de ambos, cómo Annie crece dentro de él. (o se arrastra) Igualmente, si os gusta la traducción del libro, podéis ponerlo así*.

sábado, 8 de febrero de 2014

Capítulo 77. 'Burbuja'.

-      ¡Katniss!
Annie cerró los ojos. Llevaba días escuchando a Peeta gritar, gritar tanto que ni siquiera los dos cristales que la separaban de él habían logrado ahogar sus chillidos. Annie no podía taparse los oídos, y hacía tiempo que no le suministraban morflina. Ella estaba segura de que no querían dormirla para escuchar los gritos del chico. Y no eran los únicos.
Cuando pensaba que el Capitolio no podía llegar a ser más cruel, que no podía romperlos más, había escuchado aquel sonido. Probablemente hubiese sido un grito si el chico hubiese podido gritar, pero ser avox te quitaba incluso esa posibilidad, por lo que se había reducido a un extraño sonido gutural extraído desde la garganta. Los torturadores se habían asegurado de dejar abiertos los altavoces para que los tres pudiesen oírlo. El chico había muerto después de tres días, y Annie había visto cómo arrastraban su cadáver por el pasillo a través de la puerta entreabierta. Era el avox pelirrojo que le había dado de comer.
-      ¡NO! – chilló Peeta -. ¡KATNISS, NO!
Annie había dejado también de tratar de romper las correas. Estaba empezando a cansarse, al igual que Johanna. Habían dejado incluso de hablar, resignadas a la tortura. Una y otra vez. Descargas, golpes, sueros extraños que ponían el pasado en el presente. Muertes, una detrás de otra. Había perdido la cuenta de las veces que había visto morir a sus seres queridos de mil formas diferentes. Había perdido la cuenta de las veces en las que el frío la había rodeado, mostrándole el pasado cruel que había dejado atrás y que amenazaba con no marcharse nunca.
-      ¡KAT…!
La puerta de su celda se abrió. Annie tragó saliva con esfuerzo debido a lo seca que estaba su garganta y cerró los ojos, preparándose para un nuevo ataque. Solo tenía que aguantar. Sufrir lo que tuviese que sufrir y dejarse llevar después por la morflina. Y esperar después a un nuevo ataque.
¿Es posible vivir así?
¿Cuánto más voy a aguantar?
-      ¿Lo oyes? – preguntó el torturador, señalando hacia Peeta.
Annie intentó ignorarlo, pero el muchacho no paraba de gritar. Llamaba a Katniss una y otra vez, entre grito y grito. Annie abrió la boca, pero no salió ningún sonido de ella. Una lágrima se deslizó por su mejilla. Le estallaba la cabeza.
-      Bueno, te vamos a poner una nueva dosis… Veamos cuál es tu estado dentro de una hora.
-      Espera.
Annie se giró hacia Johanna. La chica estaba al otro lado del cristal, con la cabeza caída sobre la dura almohada. El número de heridas había aumentado, tanto costras como quemaduras y hematomas. Johanna presentaba un estado lamentable. Irreconocible.
-      Pónmelo a mí – gruñó la chica, dándole la vuelta al brazo.
El torturador apretó el émbolo de la jeringuilla y dejó caer unas gotas de líquido sobre las baldosas del suelo.
-      Este suero es específico para Annie Cresta. Órdenes de arriba.
-      Pónmelo.
El hombre colocó la aguja sobre la piel de Annie y presionó. La chica se mordió el labio y cerró los ojos.
-      Annie, no pienses – dijo Johanna -. No pien…
Pero Annie no llegó a oír lo que Johanna tenía que decirle. Los gritos de Peeta aumentaron su volumen en sus oídos. La chica cerró los ojos y trató de no pensar. Obligó a su cerebro a convertirse en una pantalla en blanco, pero pronto esa pantalla empezó a resquebrajarse y comenzó a ver imágenes como estrellas fugaces, apenas un segundo. Tan pronto veía a su madre en el centro de una hoguera como los rostros de los torturadores.
No pienses.
No pienses.
No pienses.
Se desmayó cuando no pudo ignorar una imagen de Kit decapitando a Finnick.
Despertó en medio de una bruma oscura que no la dejaba abrir los ojos. Annie tardó al menos diez minutos en darse cuenta de que estaba sentada en un sillón más mullido de lo normal. Entreabrió los ojos, vislumbrando sus manos. La luz no era tan blanca como la de su celda, y las heridas de sus manos parecían insectos posados sobre su piel. Annie arrastró la mirada hacia sus muñecas, que estaban sujetas a los brazos de la silla por un alambre de cobre que se clavaba en su piel, ya de por sí magullada, como si hubiesen pasado una lija por ella. Annie sentía los párpados pesados, pero se obligó a mantener los ojos abiertos en cuanto sintió el sabor de la sangre en su boca. Se pasó la lengua por los labios, con lentitud debido a su aturdimiento.
-      Ya estás… despierta – dijo una voz a su lado, pastosamente.
Annie alzó la cabeza, confusa. Estaba en una habitación de cristal a través de la cual podía ver una gran sala llena de pantallas. Annie miró a su derecha. Johanna Mason estaba sentada a su lada, con medio cuerpo caído sobre el sillón. Tenía los ojos cerrados y la boca entreabierta. Cualquiera que la viese de lejos podría pensar que era un cadáver.
-      ¿Estás… despierta? – preguntó Annie. Sentía la lengua de goma.
-      Desgra… ciadamente, sí – respondió Johanna -. Peet… No.
Annie se obligó a mirar al chico, que dormía en otro sillón  frente a ellas, con un extraño temblor en las manos.
-      ¿Qué… dónde…?
-      Burbuja… Eso han dicho. Quieren que… veamos…
Johanna señaló hacia las pantallas que se encontraban fuera de las paredes de cristal. Annie miró a Peeta, que seguía dormido, pero nadie parecía realmente preocupado por él, porque las pantallas se encendieron en cuanto las dos chicas miraron a las pantallas.
Katniss Everdeen apareció en todas ellas, mirándolas con los ojos entrecerrados. Estaba delante de unas ruinas, con un impresionante traje blanco y negro. Sin embargo, Annie no se fijaba en la chica, sino en las figuras que caminaban tras ella. Un chico alto de pelo oscuro y ojos grises que se movía dando patadas a los escombros. Un hombre con el pelo corto, muy musculoso, con un arma de al menos medio metro de larga. ¿Dónde estaba Finnick?
-      Finn… - susurró, mirando desesperada las pantallas.
Annie hizo ademán de levantarse, pero el alambre se le clavó en las muñecas, provocando un hilillo de sangre.
-      Tranquila – musitó Johanna a su lado.
La imagen de Katniss fue sustituida por otra de un pelotón de hombres y mujeres, escudriñando los escombros de una ciudad derruida. Eso debe ser el 13, pesó Annie, observando la pantalla más grande.
Y allí estaba. En una esquina, vestido de gris oscuro, con un tridente de metal oscuro lleno de complementos. Annie reconocería ese pelo cobrizo o esa forma de andar en cualquier parte. Apenas un segundo antes de que esa imagen fuese sustituida de nuevo por una de Katniss.
-      Estábamos a tanta profundidad que no existía peligro real. El 13 está sano y salvo.
La imagen se cortó de repente, dejando a Katniss Everdeen con la boca entreabierta, dando paso a otra imagen bombardeos. Annie sintió cómo se le deshacía parcialmente el nudo del pecho. Finnick estaba vivo y a salvo.
Una de las paredes de la burbuja desapareció y entraron en ella tres torturadores, cargados con jeringuillas llenas de suero azul y un aparato de descargas en la otra. Annie empezó a chillar. Uno de los torturadores sacó a Peeta de la burbuja en una silla de ruedas, aún amordazado, mientras que los otros dos se arrodillaban junto a las chicas. Annie lanzó un mordisco hacia la oreja de uno de los hombres, pero éste se apartó a tiempo para evitarlo y clavó con fuerza la aguja en su brazo. Annie observó las pantallas, que mostraban una imagen de Finnick en la Arena del Vasallaje, con el tridente sobre su cabeza. Congelado. Entonces, el suero comenzó a hacer efecto.
Finnick hacía malabares con el tridente, caminando por la playa. Johanna empezó a gritar a su derecha, cerrando los ojos, pero un torturador le metió un trapo en la boca y colocó el aparato sobre la piel de su brazo, transmitiéndole una descarga que la dejó exhausta sobre el sillón, sin poder apartar los ojos de la pantalla.
En ella, Finnick movía el tridente. Annie lo siguió con los ojos y, entonces, la pantalla no existía. Finnick estaba frente a ella, con el tridente en posición defensiva, por delante de su cuerpo mojado, sonriendo. Entonces, una mancha roja comenzó a extenderse por su pecho. Finnick bajó la mirada, sobresaltado, cayendo al suelo de rodillas. El tridente cayó a los pies de Annie, lleno de sangre.
-      ¡FINNICK! – gritó la chica, desesperada. Los alambres perforaron aún más su piel.
La burbuja comenzó a empequeñecer y el aire se volvió más pesado. Le costaba respirar, y el cadáver de Finnick a sus pies no ayudaba. Annie escuchaba los gemidos silenciosos de Johanna, pero nada tenía importancia. Finnick estaba ahí delante, y casi podía sentirlo frío al tacto…
El dolor de las muñecas la anclaba a la realidad, pero Finnick no se movía, y cada vez había más sangre. Y más, y más…
Es veneno, se recordó, cerrando los ojos. Veneno, veneno, veneno…
¿Sería eso lo que le estaban haciendo a Peeta? ¿Mostrándole el cadáver de Katniss una y otra vez? Pero ella había visto el vídeo, Finnick estaba vivo en el 13. ¿Pero y el cadáver? Era Finnick, no podía ser otro. El pelo, la forma de los hombros…
Ya no sabía qué era real y qué no. Quién estaba vivo y quién no.
No sabía nada.
¿Y Mags? ¿Dónde estaba Mags?
-      Es veneno – susurró la anciana en su oído.
Es veneno, es veneno, es veneno.
-      Finnick – susurró, inclinándose hacia el cadáver -. Finnick, despierta, tenemos que ayudar a Kit. ¡Tienes que ayudarlo!
Pero Finnick no despertaba.
-      ¡Finnick! ¡FINNICK, NO ME DEJES AHORA! ¡Van a matar a Dexter! ¡Date prisa!
-      Es veneno, Annie – dijo Mags -. Solo veneno.
-      Está todo en tu cabeza, Ann – exclamó Dexter.
Annie levantó la cabeza hacia su amigo. Tenía sangre en la camisa blanca, sangre que provenía de un agujero en la sien.
-      Todo en mi cabeza, es veneno – repitió ella -. ¡FINNICK!
-      ¿Aliados? – preguntó Kit, acuclillándose frente a ella.
-      ¡No sé qué está pasando! – gritó un torturador -. ¡El suero no hace esto!
Todo en tu cabeza.
Es veneno.
-      Finnick, por favor… Despierta…
Annie sintió un par de pinchazos, uno en cada brazo.
-      No sé qué ha pasado, se lo prometo. Es como si ella…
No llegó a escuchar el resto de la frase. Esa vez, en sus pesadillas, no apareció Finnick. Ni Dexter. Ni Mags, ni Kit, ni su madre ni los torturadores. Esa vez solo estaba ella, en una pompa de jabón, ahogándose en suero azul.

sábado, 1 de febrero de 2014

Capítulo 76. 'Búnker'.

-      ¡Beetee ha entrado!
Finnick observó la pantalla. Había sido un segundo, una imagen fugaz, lo suficiente para mostrar a Katniss en el destruido distrito 12. Volvieron a mostrar al Presidente, que parecía casi tan desconcertado como Peeta tras él, visiblemente más delgado y descuidado. Finnick miró a Katniss, que tenía los ojos clavados en la pantalla y le sujetaba la mano con fuerza.
Beetee volvió a interrumpir el discurso de Snow con un momento del propio Finnick hablando de la pequeña Rue. Lo habían grabado dos días atrás y le había costado casi una hora poder emitir una frase. El resto había salido casi solo.
La multitud aplaudió a Beetee, observando la cara de confusión del Presidente Snow. Sin embargo, ni Finnick ni Katniss se movieron. Finnick apretaba la mano de Katniss, pero el apretón de ella era mucho más fuerte, como si sus dedos estuviesen alrededor del cuello del presidente en lugar de entrelazados a los suyos. Snow volvió a apropiarse de la pantalla, rezumando rabia.
-      No queréis que el país sepa todo lo que habéis provocado. Sois cobardes – dijo, apuntando hacia la pantalla -. Todos vosotros. Estáis masacrando el país defendiendo ¿qué? Os hemos pedido un alto al fuego y seguís insistiendo. Bien, vosotros mismos. Esto es lo que vais a conseguir.
El Presidente se dirigió hacia Peeta, dándose la vuelta. Ambos, tanto Finnick como Katniss, se pusieron tensos.
-      ¿Algo que decir? ¿Algo que decirle a Katniss Everdeen?
Peeta tragó saliva, abriendo varias veces la boca antes de empezar.
-      Katniss… ¿cómo crees que acabará esto?
Finnick observó a su amiga por el rabillo del ojo. La última entrevista que habían visto de Peeta la había dejado toda la cena callada, tratando de encontrarle algún sentido al estado en el que estaba el chico. Finnick la había oído gritar una de las muchas veces que se había despertado esa noche. También él había tenido pesadillas, pensando en Annie. Si Peeta estaba así, ¿en qué estado estaría ella? Se había intentado convencer de que su ignorancia la estaría protegiendo, o al menos eso decía todo el mundo, pero a Peeta… a Peeta muy pocas cosas lo podrían proteger.
-      ¿Qué quedará? – continuó el chico -. Nadie está a salvo, ni en el Capitolio ni en los distritos. Y tú, en el 13… ¡mañana estarás muerta!
Finnick olvidó la pantalla. Olvidó las imágenes que Beetee trataba de meter entre secuencia y secuencia. Solo podía mirar a Katniss, mirar cómo su cara pasaba de la perplejidad al miedo en menos de un segundo. El chico desvió la mirada hacia la pantalla, un segundo, lo suficiente para ver cómo las baldosas se manchaban de sangre mientras el caos comenzaba en la sala. A su lado Katniss exhaló con fuerza, sujetándose el estómago.
-      ¡Calláos! – gritó Haymitch -. ¡No es ningún misterio! El chico ha dicho que nos van a atacar. Aquí, en el 13.
Las voces comenzaron a adueñarse de la sala sobre el murmullo general.
-      ¿Cómo lo sabes? – gritó un hombre a su derecha.
-      Lo están machacando mientras hablamos – soltó Haymitch, furioso -. ¿Qué más necesitas? ¡Katniss, échame una mano!
La chica relajó la mano con la que apretaba a Finnick, dejando que la sangre corriese por los dedos de este con un hormigueo. Sin embargo, no lo soltó, sino que continuó con los dedos temblorosos entrelazados a los suyos.
-      Haymitch tiene razón. No sé de dónde…
Pero la mente de Finnick ya no se encontraba allí. Peeta había dicho que el distrito 13 iba a ser atacado, que planeaban masacrarlos a todos, pero nada de eso importaba. Habían golpeado a Peeta, sin importar quién pudiese verlo. ¿Qué estaban haciendo con Annie? ¿Y Johanna? ¿En qué estado estarían ellas dos? Finnick se llevó al cuello la mano libre, rascándoselo con fuerza. Tenían que sacarlos de allí a los tres, y tenían que hacerlo ya, antes de que decidiesen que ni siquiera torturarlos servía para detener a los rebeldes.
-      Vamos – gruñó Boggs, tirando de Katniss y Finnick con fuerza.
Las sirenas sonaban sobre sus cabezas. Finnick se inclinó para preguntarle a un niño dónde iban.
-      Al búnker – respondió el chico -. Todos en orden.
Finnick agarró a Katniss de la muñeca y la colocó en la fila que descendía planta tras planta. Finalmente, tras lo que parecía un descenso al mismo infierno, llegaron a una especie de caverna.
-      Tenéis que agruparos por compartimentos según vuestro apellido – dijo Boggs, tirando de la muñeca de Finnick hacia la derecha -. La O. Por allí.
El chico siguió a la multitud, pero pronto se vio perdido. Demasiada gente. Se acurrucó en una esquina y, tapándose los oídos, observó a todo el mundo pasar.
-      ¿Finnick?
Levantó la cabeza, encontrándose con los ojos de Haymitch. El hombre lo cogió por el brazo y lo arrastró entre la multitud, dando codazos sin disculparse. Finalmente, lo instaló en un pequeño apartado, no más grande que la que había sido su habitación, y lo dejó acurrucado en la cama en posición fetal.
-      No te muevas de aquí – gruñó.
Finnick cerró los ojos, metiéndose la mano en el pantalón. Ahí estaba el poema de Annie, arrugado y gastado por las veces que lo había doblado y desdoblado. Lo colocó bajo la dura almohada y se quedó dormido.
Esa noche tuvo pesadillas. Veía a Annie en una sala oscura, amordazada, con el cuerpo en carne viva. Un hombre sin rostro la golpeaba, una y otra vez, y la sangre salpicaba la pared igual que la sangre de Peeta había caído sobre las baldosas. Finnick alargaba el brazo hacia ella, pero siempre estaba demasiado lejos. Despertó varias veces, gritando, con toda la gente mandándolo callar. Cuando apareció su médico, la cuarta o quinta vez que despertó, lo encontró tirado en un colchón en el suelo, agitándose mientras se tapaba la boca. El hombre sacó una jeringuilla cargada de morflina de una caja y le pinchó en el brazo, sumiéndolo en una oscuridad sin sueños.
Sin embargo, cuando se pasó el efecto de la morflina, las pesadillas reaparecieron. La tercera noche, pensó que iba a explotar. Se encontró a sí mismo acurrucado en una esquina del búnker, haciendo nudos y balanceándose mientras el poema de Annie yacía en el suelo frente a él.

Te dije una vez
que nos quería infinitos.
Pero ahora ya no estoy segura
sobre casi nada.

Finnick extendió la mano para acariciar el poema, pero, justo en ese instante, Katniss apareció en su campo de visión. Su cara reflejaba una especie de dolor extraño, como si se estuviese rompiendo y no se esforzase por recuperarse. Parecía incluso mayor.
-      Sé lo que le están haciendo a Peeta.
El muchacho la observó sentarse a su lado, enredando el cordel en su dedo índice. Katniss se agarró el estómago con las dos manos y tragó saliva antes de empezar a hablar.
-      No quieren sacarle nada. No pueden, saben que él no tenía ni idea de esto. Lo que quieren es… es hacerme daño a mí a través de él.
Finnick asintió, mordiéndose el labio.
-      Es lo que te están haciendo a ti con Annie, ¿no?
Ladeó la cabeza. Era lo que le estaban haciendo a él, lo que le habían hecho siempre. Snow sabía que el punto débil de Finnick Odair era Annie Cresta. Su reacción ante los charlajos no había hecho más que confirmarlo.
-      Bueno – comenzó, enrollando el cordel en sus dedos -, no la detuvieron porque pensaran que era un inagotable pozo de información rebelde. Saben que nunca me habría arriesgado a contarle nada al respecto, por su propio bien.
-      Oh, Finnick, cuánto lo siento.
Finnick suspiró, soltando la cuerda.
-      No, yo lo siento. Siento no haberte advertido.
Katniss le cogió la mano. Estaba fría como el hielo.
-      Pero sí que me advertiste, en el aerodeslizador – comentó ella.
Finnick no recordaba casi nada de aquel día, salvo el momento en el que se había enterado de que Annie no estaba en el distrito 4. Sin embargo, sí recordaba haber hablado con Katniss junto a su cama, poco antes de llegar al 13.
-      Cuando me dijiste que usarían a Peeta contra mí, creía que te referías a un cebo, a una forma de atraerme al Capitolio.
Finnick intentó hacerse paso a través de la bruma que rodeaba su memoria. Recordaba haber estado sentado junto a Katniss, en uno de los pocos momentos de lucidez que le quedaban. Recordaba haberla escuchado llamar a Peeta en sueños, susurrar mil ‘lo siento’. Y entonces había dicho algo, algo que no era más que lo que él estaba sufriendo con Annie.
Se darán cuenta enseguida de que no sabe nada y no lo matarán si creen que pueden usarlo contra ti.
Igual que estaban haciendo con Annie. Ni Peeta ni Annie servían para obtener información. Solo Johanna, y en cuanto la tuviesen, su amiga moriría sin remedio. Para ellos, Johanna Mason no tenía importancia.
-      No debería haberte dicho eso – murmuró, agitando la cabeza para eliminar todos sus pensamientos -. Era demasiado tarde para que te sirviera de algo. Teniendo en cuenta que no te advertí antes del Vasallaje, tendría que haber cerrado la boca, no debería haberte dicho nada sobre cómo funciona Snow.
Katniss, a su lado, observaba sus dedos con atención. Finnick hacía un nudo tras otro, deshaciéndolos, como un bucle. El chico continuó.
-      Es que no lo entendí cuando te conocí. Después de tus primeros Juegos, creí que para ti todo el romance era teatro. Esperábamos que siguieras con la estrategia, pero hasta que Peeta no se golpeó contra el campo de fuerza y estuvo a punto de morir, no comprendí…
Finnick miró a Katniss de soslayo, que había apartado los ojos de los dedos del muchacho y lo miraba con atención. Él cerró la boca, pero tenía que continuar. Katniss era su amiga, y los amigos se contaban las cosas. ¿No había sido así entre Dexter y él? ¿Con Johanna?
-      ¿No comprendiste qué?
-      Que te había juzgado mal – soltó, acariciándole la mano a la chica -, que sí que lo querías. No digo que fuera de una forma u otra, quizá ni tú lo sepas, pero cualquiera que prestara atención se habría dado cuenta de lo mucho que te importaba.
Katniss bajó la mirada, bajo los ojos de Finnick. Él lo había visto, y al parecer, también Snow. Ambos le habían dado al Presidente el arma perfecta, lo único que podría destruirlos, en esa Arena. Finnick pensó en cómo había chillado el nombre de Annie cuando la había oído gritar, al igual que Katniss había gritado el de Peeta cuando este saltó hacia atrás, impulsado por la descarga. Hizo otro nudo.
Y Johanna, su mejor amiga, alguien que no era más que un problema para el Capitolio, como se había llamado a sí misma una vez. Snow no contemplaba la posibilidad de que Johanna Mason pudiese importarle a alguien, pero Finnick sí se preocupaba. A pesar de que su cabeza se enfocase solo en Annie, a quien estaban torturando por su culpa, imaginarse a Johanna, que había creado un muro alrededor de sí misma para evitarse el sufrimiento, siendo torturada, gritando de dolor, incluso suplicando que la matasen… Le dolía demasiado.
-      ¿Cómo lo soportas? – preguntó Katniss, en apenas un susurro.
-      ¡No lo soporto, Katniss! – explotó él, llevándose las manos a la cabeza -. Está claro, no lo soporto. Cada mañana salgo de una pesadilla y descubro que lo de fuera no es mejor – Sentía que estaba a punto de contarle las pesadillas, las torturas que había escuchado de bocas de sus clientes, pero la chica ya estaba suficientemente rota -. Es mejor no rendirte a ello. Resulta diez veces más difícil recuperarte que hundirte.
Katniss inspiró con fuerza, asimilando sus palabras. Incluso él mismo se tomó un instante para asimilarlas.
-      Cuanto más te distraigas – añadió -, mejor. Lo primero que haremos mañana es buscarte una cuerda. Hasta entonces toma la mía.
Katniss se fue pasadas dos horas, dejando a Finnick adormilado en la esquina. Él logró arrastrarse hacia su habitación y tumbarse en la cama, releyendo una y otra vez el poema. Eso era lo único que lo mantenía medianamente cuerdo.
Alrededor de veinticuatro horas después, fueron autorizados para salir del búnker. Los bombardeos que Peeta había anunciado habían dejado prácticamente destrozado el distrito 13; sin embargo, Finnick no se sorprendió cuando lo condujeron a una zona exactamente igual. Era una gente acostumbrada a perder sus hogares una y otra vez, debían estar preparados. Boggs apareció en su camino mientras trataba de llegar a su nuevo compartimento y le ordenó que se uniese a él. Finnick sonrió. Había estado entrenando con el magnífico tridente de Beetee, una auténtica joya que era una mortífera prolongación de su brazo. Esta vez, no podrían decirle que no.
La sala en la que se reunieron estaba ya atestada de gente. La patrulla de la Presidenta Coin, Plutarch, Haymitch, Katniss… Finnick se sentó junto a ella, fijándose en que aún tenía el cordel entre unos enrojecidos dedos.
-      Os necesitamos a los cuatro – comenzó Coin, señalando a Finnick, Haymitch, Katniss y Gale con el dedo – vestidos con los uniformes y en la superficie. Tenéis dos horas para…
Finnick observó a Plutarch, que bebía de una humeante taza de café. El olor le llegó a la nariz y se le hizo la boca agua.
-      … Sinsajo sigue vivo. ¿Alguna pregunta?
-      ¿Podemos tomarnos un café? – preguntó Finnick, señalando la taza de Plutarch con el dedo.
Gale bufó al lado de Katniss, cruzándose de brazos, pero, en menos de diez minutos, tenían todos un café humeante delante de las caras, con distintos condimentos organizados en bandejitas. Finnick estiró la mano hacia una de ellas y cogió un sobre de nata en polvo, que salió a la superficie en su forma habitual en cuanto la echó en el agrio café. Después, tras echarse un par de azucarillos, se giró hacia Katniss con una sonrisa.
-      ¿Quieres un azucarillo?
Katniss sonrió.