sábado, 26 de octubre de 2013

Capítulo 62. 'Héroes'.

Finnick puso las manos sobre la mesa, con los ojos verdes libres de ojeras clavados en el plato de huevos que tenía delante y que apenas había probado. A su lado, Mags comía con tranquilidad, examinando con la mirada cada trozo de comida antes de llevárselo a la boca y tragar. Y frente a ambos, además de Yaden y Carrie, se encontraba el que se suponía que debía ser su mentor.
Darwin Fletcher. Sesenta y dos años. Metro sesenta de carne blanca y colgante, como desprendida de los huesos, y silencio. Un silencio casi sobrecogedor, teniendo en cuenta que el hombre en sí parecía un cadáver.
-      ¿Cuál es nuestra misión hoy? – preguntó Finnick, limpiándose la boca con la servilleta, más por protocolo que por necesidad.
Darwin levantó la vista del plato, con la boca llena, y se encogió de hombros. Finnick no podía culparlo por su desinterés. ¿Qué podía aconsejarles a ellos un anciano que había ganado sus Juegos a base de esconderse y matar a palos al último y malherido tributo? Darwin era su mentor solo para decir que tenían uno. No había más.
Finnick miró a Mags con las cejas levantadas. La anciana suspiró, murmurando algo para sí que el chico no alcanzó a escuchar, y se levantó de la mesa. Ambos llevaban los trajes de entrenamiento, unas mallas de cuerpo entero de color negro y blanco que se ajustaban perfectamente a la forma de cada tributo. Finnick estiró los hombros antes de salir del apartamento del distrito 4.
-      ¿Deberíamos ir? – preguntó, pasándose una mano por el pelo. ¿Qué más podría aprender?
Mags asintió, cogiéndole la mano mientras esperaban frente a las puertas del ascensor. Cuando las puertas se abrieron, Finnick levantó la vista para entrar en él, pero frenó en seco al darse cuenta de que no estaba vacío.
Dentro había un hombre fornido, vestido con una túnica púrpura, que se tocaba el labio superior con la punta del dedo índice mientras observaba un curioso reloj dorado que tenía en la mano una y otra vez. Finnick carraspeó, pero Plutarch Heavensbee ya había reparado en ellos con una sonrisa.
-      El inconfundible Finnick Odair y la adorable Magara Creevy. Un placer conoceros por fin.
Finnick estrechó con una sonrisa la mano que Plutarch le tendía. No entendía qué hacía el nuevo Vigilante Jefe en su piso, y menos aún cuando apenas faltaban diez minutos para que empezase el entrenamiento.
-      ¿Os puedo tutear, cierto? – comentó el hombre después de besar la mejilla derecha de Mags -. Me preguntaba si os importaría reuniros conmigo en la azotea. Subid por las escaleras, si no es mucha molestia.
Apenas habían asentido cuando las puertas se cerraron y el ascensor continuó subiendo hasta el resto de pisos. Finnick miró a Mags sorprendido, tratando de imaginar qué podía querer Plutarch de ellos.
-      ¿Qué hacemos, Maggie?
La anciana le devolvió una mirada cargada de seguridad y asintió.
Mientras subían por la escalera del servicio, esa por la que solo iban los avox, Finnick apretó la pequeña mano de la anciana.
-      ¿Cómo crees que estará? – susurró, rozándose el cuello con los dedos.
Mags le acarició el dorso de la mano, moviendo los labios.
-      …en.
-      ¿Crees que Dex la estará cuidando bien?
-      O te pecupes… Nick. Ella… ta… ien.
Finnick asintió. No había dejado de pensar en Annie, como si eso hubiese sido posible antes, pero la distancia que había entre ellos era tan insalvable que creía estar volviéndose loco. Creía haber aceptado que podía morir, pero el simple hecho de pensar que no podría volver a verla le hacía un enorme nudo en el estómago.  Miedo.
Finnick Odair no tenía miedo a morir. Tenía miedo a las consecuencias de morir. A no poder tener una familia. A no poder volver a mirar a Annie. A no poder meterse en el agua de su distrito de nuevo. A la pérdida que suponía marcharse para no volver. Marcharse para no existir.
Un estremecimiento le recorrió la columna vertebral. Finnick trató de serenarse, poniendo una mano en la pared mientras ascendía. Cuando llegaron al último piso, por encima del piso 12, Mags tiró de su mano antes de que él pudiese girar el picaporte de la puerta de metal que los separaba de la azotea.
-      Maggie, pensab…
-      No… remos… ada que tú… no… ieras.
-      ¿Mags, de qué estás hablando?
Fue Mags la que giró el pomo y abrió la puerta.
Johanna estaba allí. Y Wiress y Beetee, del distrito 3. Y Blight, compañero de Johanna en el 7. Y Chaff y Seeder. Y Haymitch Abernathy, moviendo las manos nerviosamente sobre la tela de su impecable traje gris.
Plutarch llamó a la pareja con la mano, sonriendo como si fuese Caesar Flickerman en una de sus entrevistas. Finnick cruzó una mirada con Johanna, que levantó las manos en señal de negación. ‘Yo no sé nada’, parecían decir sus ojos. Finnick se colocó junto a ella, que miraba al Vigilante con los ojos entrecerrados.
-      ¿Quién falta? – gruñó Haymitch, mirándose las uñas sucias.
-      El seis y el ocho.
-      No te fíes del seis, Plutarch, están drogados. Puedes decírselo en cualquier momento, te van a entender igual de ma…
En ese momento, las puertas volvieron a abrirse, y Cecelia entró seguida de Woof, que los miró a todos con expresión huraña.
-      ¿A qué viene esta reunión? – masculló Johanna -. ¿Vamos a contarnos secretos? Porque, si es así, Finnick tiene mu…
Plutarch empezó a reír, lo que dejó a Johanna desconcertada. Finnick observó con curiosidad al hombre, preguntándose si no estaría loco.
-      Un secreto, de hecho – susurró Plutarch -. He desconectado los micrófonos de esta zona, así que tenemos menos de una hora para hablar, y quiero que lo escuchéis con atención. Haymitch…
El hombre avanzó un paso, poniéndose frente al grupo. Finnick se pasó una mano por el pelo mientras Haymitch empezaba.
-      Como todos sabéis, estamos en guerra. No una guerra pública, pero somos conscientes de la situación del país, y poco falta para que derive en algo más gordo.
-      Si me habéis traído para decirme eso, os merecéis una buena patada en la bo…
-      Jo – gruñó Finnick, cogiéndole la mano.
Haymitch miró con desaprobación a la muchacha antes de continuar.
-      Lo que os propongo es una opción. Muchos habéis dejado familia en el distrito. Hijos – dijo, mirando a Cecelia -, hermanos, padres… amantes – Los ojos de Haymitch se clavaron apenas un segundo en los de Finnick -. Sabemos lo importantes que son para vosotros. Pensadlo un segundo. Si morís en la Arena y la vida sigue igual, si el Capitolio sigue imponiéndose… ¿qué os asegura que ellos están a salvo? ¿Qué os asegura que no van a elegirlos en la siguiente cosecha? ¿Que no van a morir asesinados? Habríais muerto por nada.
Finnick frunció el ceño. Haymitch tenía razón. Si él moría, Annie estaría completamente desprotegida. Tenía a Dexter, sí, pero ¿qué le impedía al Capitolio matar a ambos? La impotencia de no poder hacer nada empezaba a extenderse dentro de él.
-      Os propongo una razón. Podemos hacer que la rebelión continúe. Podemos hacer que no sea en vano. Podemos acabar con los Juegos y el Capitolio. Solo tenemos que mantener viva la imagen – añadió Haymitch, en apenas un susurro.
Johanna fue la primera en coger la indirecta.
-      ¿Pretendes que arriesgue mi vida para que tu chica en llamas siga interpretando su papel de enamorada vivita y coleando? Vas listo.
Los susurros empezaron a extenderse entre los tributos. Todos querían ganar. Todos querían salir de la Arena victoriosos para reunirse con sus seres queridos. Sin embargo, la petición de Haymitch era coherente. Si Katniss moría, toda la revolución que se había formado gracias a ella caería por su propio peso. Sería la misma vida con veintitrés tributos menos y veintitrés familias destrozadas. Si es que conseguían sobrevivir.
-      No es eso, Johanna Mason – sonrió Plutarch -. No os pedimos que muráis por ella. Os pedimos que os sacrifiquéis por vuestro país. Que seáis… héroes.
-      No quiero ser un héroe ni un mártir – dijo Blight, pasándose una mano por la barbilla -. Pero si me aseguráis que mi mujer va a estar a salvo y me prometéis una vida mejor para ella, yo estoy dentro.
Cecelia asintió, poniéndose a su lado, seguida de Seeder. Woof, el más anciano, miró a Plutarch y Haymitch alternativamente y soltó un resoplido antes de ponerse junto a su compañera de distrito.
-      He vivido demasiado como para morir por nada.
Plutarch sonrió antes de volver la mirada a los tributos que quedaban.
-      No se trata de salvar o no a Katniss Everdeen. Se trata de salvar o no al país. Y mientras Katniss viva, la rebelión vive.
Johanna soltó un bufido, cruzándose de brazos. Beetee y Wiress se miraron a los ojos, con los brazos entrelazados.
-      ¿Cuál es el plan?
-      Distrito 13.
Plutarch tardó apenas diez minutos en hablar sobre la existencia del distrito 13 subterráneo, un fantasma de una ciudad desaparecida y muerta que podía servir de refugio. Eso pareció convencer a Beetee y Wiress, que se colocaron junto al resto.
-      ¿Chaff? – pidió Haymitch, levantando las cejas.
El hombre se miró el muñón del brazo.
-      Estoy dentro solo si me juráis que vais a derrotarlo.
Haymitch miró a Plutarch de reojo, con la boca entreabierta. Sin embargo, fue este último el que contestó.
-      No puedo jurártelo. Pero puedo jurarte que vamos a hacer todo lo que esté en nuestra mano, y eso es lo mejor que puedo darte.
Chaff miró a Haymitch. Finnick sabía que eran amigos, amigos íntimos quizá. Si Chaff veía sinceridad en los ojos de Haymitch, se uniría al resto.
Y así lo hizo.
Entonces, Finnick empezó a pensar. Empezó a pensar en Annie, a quien le había prometido que iba a volver. ¿Pero y si no lo hacía? ¿Quién se encargaría de protegerlos a ella y a Dexter? ¿Quién iba a asegurar que estuviesen a salvo del Capitolio, teniendo en cuenta los problemas que había causado Annie con su estado de locura? Mags tiró del brazo de Finnick, obligándolo a mirarla.
-      Yo… voy a… morir – dijo, todo lo claro y despacio que pudo – por… ti. Decide tú… si quie… quieres… morir… por ella.
Finnick clavó sus fieros ojos verdes en la pareja que tenía delante. Haymitch lo miraba con el ceño fruncido, pero Plutarch estaba asustado. Quizá pensaba que su plan no iba a salir completamente redondo. Que Johanna y Finnick bajarían corriendo a avisar a algún otro vigilante o político de sus ideas. Finnick hizo una mueca.
-       Haymitch… - comenzó.
-      Annie Cresta – concluyó él, asintiendo -. Lo sé.
El chico asintió, volviendo a mirar a Mags.
-      ¿Estás… dispuesto?
Una sola imagen cruzó la mente de Finnick. Annie, en la playa, con cualquier otro hombre, con cualquier otra familia, pero viva y feliz, en un mundo sin Juegos del Hambre ni miedo a perder a tus niños. Quizá fuese un sueño irrealizable, pero para él, esa simple imagen fue suficiente. La felicidad de su Annie era suficiente razón para morir.
-      Estamos dentro – dijo, tirando de la mano de Mags.
Solo faltaba Johanna, que miraba incrédula a su alrededor. Finnick alzó una ceja, esperando. Johanna no era mala persona. Sabía lo que era correcto, aunque ella siempre había dicho que no tenía a nadie. No después de que el Capitolio le arrebatase a Nell.
Pero ella tenía esperanza. Tenía rabia contra el Capitolio, quería que cayese. Y ella misma lo sabía.
-      Solo creo – comenzó, pasándose una mano por el pelo, frustrada – que si pretendéis que Katniss Everdeen se alíe con esta pandilla, es que no la conocéis bien. Ella no está sola, y nunca confiará en nosotros estando sola.
-      ¿Propones proteger a Peeta también? – inquirió Blight.
-      Él moriría por ella y ella por él. Si algo les pasase a alguno de los dos, el otro quedaría herido sin remedio y no valdría para nada – afirmó Cecelia, asintiendo -. Johanna tiene razón, tenemos que protegerlos a ambos.
Johanna soltó un gruñido antes de unirse al grupo. Sin embargo, antes de llegar, se giró hacia Plutarch, apuntándolo con el dedo.
-      Si muero de alguna manera ridícula, haré que seas tú el cerdo con la manzana en la boca en lugar del payaso que se caiga en la ponchera.
Finnick rió entre dientes. Alguien le había contado eso el año anterior en una de sus visitas al Capitolio, el suceso de la prueba de Katniss Everdeen, y Johanna había estallado en risas cuando descubrió que Plutarch era el que había caído dentro del ponche. Ya no merecía la pena ocultar ese secreto.
-      Bueno, también tengo preparado algo para eso… - masculló Plutarch, dándose la vuelta -. Os mantendré informados.
Finnick se giró hacia Johanna, que se apartó unos mechones de pelo desiguales de los ojos y soltó un nuevo bufido.
-      Yo a este plan le veo lagunas. Lagunas como océanos.
El chico la abrazó.
-      Eh, tú, descerebrado. Dije que nada de tonitos de lástima ni cosas de ese tipo. Sepárate.
El muchacho se separó, cogiendo las manos de Mags y Johanna mientras salían de la azotea.
-      ¿Lo hemos hecho bien? – susurró Johanna.
Sin embargo, fue Mags la que contestó, con una voz tan clara y fuerte que parecía que no tuviese problemas para hablar. Que nunca los hubiese tenido.
-      Sí. Muy bien.


sábado, 19 de octubre de 2013

Capítulo 61. 'Luces y escamas'.

Luces y escamas,
es todo lo que contemplo.
Todo cuanto puedo contemplar.
Me pregunto si estoy loca.
Me pregunto si estoy cuerda.
Me pregunto si estoy siquiera.
Y no encuentro respuesta.
¿Debería hundirme de nuevo?
¿Debería mantenerme a flote?
Los contemplo a través del cristal.
Los alimento, limpio su hogar.
Me pregunto si será igual conmigo.
Si alguien me verá desde fuera
a través del cristal brillar.
Si alguien notará que me apago.
 
Annie se metió el lápiz en la boca, levantando los ojos hasta la pecera redonda. Uno se los peces nadaba pegado al cristal, como si tratase de encontrar la salida. ‘Está por arriba, tonto’, pensó, golpeando el cristal con la punta del lápiz. Ese pensamiento la hizo levantar la cabeza hacia el techo de la habitación, preguntándose si también habría una salida para ella.
 
Huir. ¿De qué?
Ni siquiera yo lo sé.
No sé si huyo de todos,
de todo,
de mí,
de qué.
 
-      Annie, va a empezar.
La chica levanto la cabeza de nuevo hacia Dexter, que estaba sentado en el sofá con una taza de café humeante entre las manos. Annie se sentó a su lado, acurrucándose junto a su hombro. La televisión estaba encendida, y Dexter ya le había advertido sobre lo que iba a ver. Esas imágenes podían hacerla recordar más de lo necesario, sobre todo viendo a Finnick en los carros. Se exponía al peligro de nuevo, a su peligro particular: el recuerdo.
 
Algunos temen a los monstruos.
Otros a las bestias.
Otros a los humanos.
Yo a recordar.

‘Patético’, pensó, clavando la mirada en la televisión. El himno comenzó a sonar en el momento en el que el primer carro salió a la calle. Annie recordaba a Gloss y Cashmere, los dos hermanos, y sospechaba que sería difícil olvidarlos para cualquiera. Recordaba también a Enobaria y sus dientes afilados, y creía haber visto a Brutus en alguna ocasión. Sin embargo, ni siquiera conocía a los del distrito 3, ni conservaba recuerdo alguno de ellos. Entonces, justo detrás…
-      Ahí están – señaló Dexter con la voz rota.

Ahora soy yo la que observa tras un cristal.
A ti.
Y tú ya lo hiciste una vez.
A mí.

Dexter apretó suavemente la rodilla de la chica para infundirle ánimos. Finnick y Mags estaban subidos en el carro, sonriendo y saludando, cogidos de la mano. Cualquiera podría convencerse de que sonreían de verdad, por el orgullo de representar al distrito, por el orgullo de demostrar que seguían siendo campeones. Para demostrar que merecían seguir vivos. Pero Annie no era cualquiera, y conocía cada mueca y cada minúsculo detalle de la cara y la expresión de Finnick Odair, y sabía que estaba muy lejos de sentir felicidad, ya fuese por el ligero temblor de su barbilla, indetectable para cualquier otro espectador, o la fuerza con la que sujetaba la mano de Mags, como si reuniese toda la rabia de su cuerpo en ese apretón. Un escalofrío le recorrió la columna de arriba abajo, y Dexter se quitó la chaqueta para pasársela por los hombros.
-      Fingen bien – señaló el hombre, pasándose la mano libre por el pelo.
‘Él también los conoce bien’. Annie miró a Mags. En ese momento, la mujer miró directamente a la cámara, y Annie percibió un brillo especial en sus ojos, un brillo que solo duró un segundo. ‘Disfruta de la vida que te ofrezco’, parecía decir. Annie se abrazó a sí misma. Podía no ser su verdadera madre, pero Mags también le estaba dando la vida y eso la convertía en algo muy similar. Y tener que perderla precisamente por ello le parecía injusto.
Aunque ¿qué no era injusto? ¿Cómo iba a disfrutar de la vida si no le quedaba nadie con quien hacerlo?
La cámara volvió a enfocar a Finnick, que sonreía seductor, lanzando besos y guiños a las gradas. Annie apoyó la mejilla en el hombro de Dexter, fingiendo que esos besos eran para ella. Pero no lo eran.
Distrito 5, distrito 6, distrito 7…
-      Espera – musitó, con voz ahogada.
Annie se irguió de repente. ¿Más injusto aún? ¿Era eso posible? Claro que lo era. ¿Qué hacía si no la mejor amiga de Finnick subida en ese carro?
-      No es posible – dijo Dexter, dejando la taza sobre la mesa -. Lo van a destrozar incluso antes de la Arena.
Annie recogió las rodillas contra su pecho. Sentía un dolor profundo y afilado en el costado, cerca del ombligo, un dolor punzante que la hacía querer tumbarse y encogerse durante horas. Pero era un dolor fantasma, el recuerdo de un mucho más intenso, de uno real. Eso era lo que le provocaba recordar, y eso era lo que más temía.
-      ¿Estás bien, An? – preguntó Dex, con la voz teñida de preocupación.
Annie negó con la cabeza sin apartar los ojos de la pantalla.

Me preguntas si estoy bien
como si pudiese estarlo.
Todo cuanto he tenido
se ha marchado
y no sé si va a volver.
Quiero creer que lo hará.
Pero nada es seguro.
Nunca es seguro
cuando jugamos a ser soldados
en unas reglas que no dictamos.
Me preguntas si estoy bien.
Dime, ¿crees que podría estarlo?

-      Quizá deberíamos dejarlo, Annie…
-      No – concluyó ella -. Necesito verlo. No puedo perderme ni un segundo de él.
Dexter suspiró, pero no dijo nada. Y Annie sabía por qué. El médico la entendía, entendía que necesitaba verlo para hacerse a la idea de que lo tenía más cerca de ella de lo que en realidad estaba. Era una especie de automentira piadosa que se hacía a sí misma.
En ese momento, hicieron su aparición los tributos del distrito 12, envueltos en llamas. Peeta y Katniss, los trágicos amantes separados siempre por la mala suerte, lo que aún los unía más. Annie observó con atención la pantalla. Ambos estaban serios, asombrosos con ese maquillaje, ignorando los gritos de las gradas. Entonces, Annie captó algo. Peeta desvió la mirada un poco, apenas unos milímetros hacia Katniss, y en sus ojos vio la misma mirada que Finnick tenía cuando la miraba a ella. ‘La ama’, se dijo Annie. ‘La ama más de lo que ella lo ama a él’.
Cuando llegaron a la plazoleta y tras las palabras del presidente Snow, las cámaras enfocaron a cada uno de los carros. Al llegar a cuarto, Finnick sonrió a la cámara y lanzó un beso. Ese simple y sencillo gesto podía ganarse al Capitolio entero, pero solo consiguió entristecer a Annie.
‘No es mi Finnick. No es el mío’.
-      ¿Tienes sueño, Annie? – preguntó Dexter, antes de acabarse el café.
Annie respiró hondo, apartando la mirada de la televisión. La casa estaba demasiado vacía sin ellos dos, demasiado grande para ella y Dexter. Se sentía perdida, como si fuese la primera vez que la pisaba.
El médico se levantó, con una mano sobre los ojos.
-      Vamos a dormir, An.
Annie recogió su cuaderno y agarró la mano que Dex le tendía. El hombre la llevó hasta su habitación y la ayudó a meterse en la cama, arropándola con la ternura de un padre. Sin embargo, en lugar de marcharse cuando ella se disponía a dormir, se sentó a su lado y la miró a los ojos.
-      Él me ha pedido que te cuide – susurró, mordiéndose el labio.
-      Lo sé – respondió Annie, asintiendo.
-      Si necesitas cualquier cosa, estoy aquí, ¿vale? No voy a dejarte sola.
Annie percibió la intensidad de la mirada de su amigo, una promesa que él mismo se había obligado a cumplir incondicionalmente. Dexter se inclinó para darle un beso en la frente y, acto seguido, salió de la habitación, cerrando la puerta tras él.
La cama era demasiado grande para ella sin Finnick. La habitación, la casa, todo lo era. Estaba sola, y temía la soledad igual que había temido recordar durante la tarde. Se removió entre las sábanas, buscando la manera de sentirse cómoda y protegida, pero las sábanas no eran Finnick, y esa habitación no era su cueva.
Sin darse cuenta, salió de la cama y se sentó en el suelo, con la cabeza enterrada entre las rodillas. Los últimos años pasaban a toda velocidad por su mente: el primer beso, la primera noche en la cueva, el día que decidieron casarse. Cada uno de los momentos que temía perder. Y, sin embargo, todo recuerdo estaba teñido de realidad, una realidad que dictaba que no quedaría nada si Finnick no regresaba.
‘Pero no puede marcharse. No como mamá y Kit, él tiene que volver’.
Sabía que no podía volver a la cama, era consciente de que no podría dormir sola. Se levantó, frotándose los ojos y salió al pasillo, con los pies descalzos sobre el suelo frío. Ni siquiera llamó a la puerta, simplemente giró el pomo y entró.
Dexter estaba tumbado en la cama deshecha, con un brazo sobre la cara. Ni siquiera se había molestado en cambiarse de ropa. Annie cerró la puerta a su espalda, lo que consiguió sobresaltarlo lo suficiente para que apartase el brazo.
-      ¿Annie? – masculló, irguiéndose -. ¿Pasa algo?
Annie se aclaró la garganta.
-      ¿Puedo dormir contigo?
Dexter se quedó tenso sobre el colchón, abriendo mucho los ojos. Annie se sentó a su lado, dejando que los mechones de pelo y la oscuridad de la habitación ocultasen su rubor.
-      No quiero dormir sola, la cama es… demasiado grande sin él. No eres el sustituto de Finnick, pero hoy necesito un amigo. Necesito a mi amigo.
Dexter apartó el pelo de la cara de la chica y le dedicó una media sonrisa.
-      Vamos a dormir, Annie.
Annie se tumbó en el colchón junto a él, hombro con hombro. Ambos miraban el techo, respirando con regularidad, pensando en lo mismo, o en la misma persona más bien. Involuntariamente, la mano de Annie buscó los dedos de su amigo y los entrelazó con los suyos, recibiendo un apretón como respuesta.
-      Gracias, Dex – murmuró Annie, cerrando los ojos.
Dexter permaneció en silencio, con la mano aún agarrada a la suya. Sin embargo, antes de que el sueño se la llevase, Annie lo escuchó, como un eco lejano.
-      Se lo prometí. Le prometí que cuidaría su secreto.

domingo, 13 de octubre de 2013

Capítulo 60. 'Algo dulce'.

‘Johanna Mason’.
Si Finnick Odair había pensado por un segundo que el Tercer Vasallaje iba a ser solo doloroso, estaba muy equivocado. Iba a ser mucho más que eso. Si salía vivo, cosa que empezaba a dudar, no saldría cuerdo. No después de haber perdido a su madre y a su mejor amiga.
Y ni siquiera Annie sería suficiente para sanarlo.
-      Finnick.
El chico se giró, envolviéndose en su albornoz blanco. Carrie estaba en la puerta, con los ojos anegados en lágrimas, mirándolo con lástima.
-      No llores – pidió, apartando la vista -. Eres una profesional.
La estilista se limpió los ojos con el dorso de la mano y se acercó a él con paso seguro, aunque el muchacho podía ver perfectamente el temblor de sus manos.
-      ¿Quién es tu mentor?
-      Darwin – respondió Finnick, pasándose una mano por el cuello -. Trigésimo Segundos Juegos del Hambre.
-      Ni siquiera sé quién es – admitió Carrie, apartando la mirada.
Finnick se quitó el albornoz y lo dejó sobre la camilla. Nunca se había sentido avergonzado de su desnudez, y menos en frente de Carrion, que había sido la primera persona que lo había visto completamente desnudo. Al fin y al cabo, había vivido de su cuerpo desde los Juegos.
-      ¿Cuál es el diseño de este año?
Carrie sonrió con tristeza, apartándose el pelo de los ojos.
-      Redes.
Finnick levantó las cejas, pero no dijo nada. Carrie sabía lo que hacía, siempre lo había sabido. De ella dependía la primera impresión de Finnick Odair.
-      ¿Cómo lo ves? El Vasallaje – preguntó Carrie, mientras comenzaba a arreglarle el pelo.
-      Veinte por ciento para mí. Veinte por ciento para Katniss Everdeen. Veinte por ciento para Brutus. Cuarenta para Johanna.
Carrion soltó una carcajada.
-      ¿Cuarenta para Johanna? ¿Ni siquiera otro veinte para Gloss?
-      Johanna puede con Gloss.
-      ¿Entonces, crees que va a ganar Johanna?
-      Me gustaría pensar que sí.
Y era cierto. Él quería volver con Annie, y haría todo lo posible por volver con ella, pero si moría en el intento, le gustaría que fuese Johanna la que saliese viva de los Juegos. Era lo justo.
La simple idea de salir de la Arena sabiendo que Johanna y Mags morirían le producía escalofríos. No podía pensar eso, no debía. Eran su familia. Su mejor amiga y su madre. ¿Qué clase de persona era?
‘Una pieza más en los Juegos’, pensó, cerrando los ojos.
-      ¿Carrie?
-      ¿Sí?
-      ¿Dónde están los pantalones que traía puestos?
-      En la otra sala.
-      ¿Me harías un favor?
Carrion se separó del muchacho, con el peine apoyado en el mentón mientras observaba su pelo.
-      Mmm.
-      Hay un trozo de papel doblado en el bolsillo trasero. ¿Puedes llevarlo a mi habitación durante el desfile?
Carrie lo miró a los ojos.
-      Por supuesto. Y ahora cállate, estoy tratando de salvarte la vida.
Finnick hizo una media sonrisa y cerró los ojos mientras se dejaba hacer.
Carrion dio vueltas a su alrededor durante media hora, disponiendo cada mechón de pelo en una posición determinada. Al menos una hora recubriéndole el cuerpo de maquillaje. Y otra hora recubriendo su cuerpo con una red, aunque ‘recubrir’ no sería el término adecuado. La red dejaba a la vista prácticamente toda la piel, exceptuando la cintura y la entrepierna. Finnick sabía lo que Carrie había planeado con eso: si Odair vivía de su cuerpo, que sobreviviese gracias a él.
-      Sonríe, Finnick. Una sonrisa tuya es una cola de patrocinadores, no lo olvides.
Finnick practicó su mejor sonrisa frente al espejo, pero la voz de Annie gritando mientras las puertas del tren se cerraban no le dejaba concentrarse en parecer cómodo sonriendo. No podría hacerlo.
‘Eres Finnick Odair, puedes hacerlo. Tienes que hacerlo’.
Carrion le tendió la mano y lo sacó de la habitación. A los pocos minutos, Yaden salió de otra habitación acompañado de Mags, que también tenía una red como traje de presentación, aunque su red cubría bastante más piel que la de Finnick. El chico suspiró, mirando a su madre a los ojos. ¿Cómo podía aquella anciana haber aceptado tan pronto que tenía que morir?
-      ¿Preparados? – musitó Carrie, pasándose la mano por el pelo.
Finnick asintió y le tendió la mano a Mags, que se la cogió sin dudas y con firmeza.
El piso de abajo estaba prácticamente lleno cuando llegaron. Finnick vio a los hermanos Gloss y Cashmere hablando con sus estilistas, con sendos ceños fruncidos. Brutus estaba apenas unos metros más alejado, con la mirada clavada en la puerta. Y, unos metros más allá…
-      Ahora vuelvo – dijo Finnick, soltando la mano de Mags.
-      Pero Finn…
Finnick comenzó a andar con paso acelerado, ignorando la protesta de Carrie. Cuando llegó hasta ella, la chica se dio la vuelta y lo miró con una ceja levantada.
-      Dos cosas – dijo, antes de que el chico pudiese abrir la boca -. Primera: ni se te ocurra decir algo con tono de lástima. Y segunda: si dices algo de esta cosa que llevo puesta, mueres antes de entrar en la Arena.
El chico levantó una de las comisuras de la boca. Johanna Mason no se dejaba amedrentar por absolutamente nada.
-      Yo también me alegro de verte, Jo.
-      Yo me alegraría si viese a mi amigo Finnick, no a un Odair gigoló. Dime, ¿qué pasa si tiro de la red?
-      Pues que verás lo que medio Capitolio espera toda su vida para ver.
-      Eso será si consigo encontrarlo, Odair.
Finnick observó a Johanna. Decir que su traje era ridículo sería quedarse muy corto, aunque ella lo llevaba con dignidad. No le quedaba opción, de todas formas.
-      Johanna…
-      He dicho que nada con tono de lástima. Eso tiene tono de lástima.
-      Está bien – gruñó Finnick, desviando la mirada hacia los caballos.
Había un cuenco de azucarillos junto al carro. Sonrió, recordando a Annie metiéndose uno en la boca. Alargó la mano para coger un puñado.
-      ¿Quieres uno?
-      No me gustan las cosas dulces – dijo Johanna -. Ya sabes, soy…
-      … amarga como el café.
Johanna intentó golpearle el hombro con el puño, pero el traje era demasiado rígido y frenaba sus movimientos. Finnick soltó una risotada.
-      Un árbol. Un maldito árbol. Mi estilista es imbécil.
-      Distrito 7.
-      Tú eres del distrito 4 y no vas vestido de pez. Aunque cualquiera lo diría, con esa cara. Claro, que eso no es un disfraz…
Finnick se metió un azucarillo en la boca y sonrió.
-      ¿Insinúas que tengo cara de pez, Mason?
-      De pez payaso. Y ahora lárgate, tengo que concentrarme en que no se me pose ningún pájaro en las ramas. Dios mío, nunca pensé que diría algo así. Qué tontería.
Finnick se inclinó para darle un beso en la mejilla que la chica no pudo esquivar debido al traje. El chico se alejó, sonriendo mientras escuchaba las quejas de su amiga a su espalda. Entonces, vio a alguien, a alguien a quien tenía ganas de conocer. Estaba de espaldas, acariciando las crines de uno de los caballos de su carro. Se acercó con sigilo, aunque el roce de la red no ayudaba. Katniss Everdeen se giró antes de que Finnick pudiese acabar de meterse un nuevo azucarillo en la boca.
-      Hola, Katniss.
La chica apretó la mandíbula antes de contestar. Se le daba bien ocultar que no le gustaba lo más mínimo.
-      Hola, Finnick.
Finnick se preparó mentalmente para retomar su papel de seductor nato. Respiró hondo.
-      ¿Quieres un azucarillo? Se supone que son para los caballos, pero ¿a quién le importa? Tienen muchos años para comer azúcar, mientras que tú y yo… bueno, si vemos algo dulce, mejor es aprovecharlo.
Katniss desvió la mirada hacia la mano del chico. Finnick esperó con paciencia. Sabía que con Katniss no iba a funcionar la seducción, porque una chica normal no habría apartado la mirada de Finnick Odair. Nunca.
-      No, gracias – concluyó ella -. Aunque sí me podrías prestar tu traje alguna vez.
Finnick sonrió, bajando la mirada hacia la sencilla red.
-      Me estás matando de miedo con ese atuendo– añadió él, frunciendo el ceño mientras observaba la malla oscura que llevaba la chica y preguntándose qué maravilla habría hecho su estilista esta vez -. ¿Qué ha pasado con tus preciosos vestidos de niñita?
-      Se me han quedado pequeños.
Finnick soltó una risita por lo bajo. Katniss Everdeen era exactamente como había pensado que sería. Una chica que intentaba esconder el odio que sentía hacia el Capitolio y los Juegos detrás de una cara que gustase a todo el mundo. Era una especie de versión femenina de sí mismo. No quería decir que fuesen iguales, sino que ambos usaban la misma máscara para ocultarse.
El chico alargó una mano hacia el cuello de su traje, acariciándolo con los dedos.
-      Una lástima lo del Vasallaje. Podrías haber triunfado como nadie en el Capitolio. Joyas, dinero, lo que hubieses querido.
-      No me gustan las joyas y tengo más dinero del que necesito. ¿En qué gastas el tuyo, Finnick?
Finnick sonrió, pensando en la cantidad de dinero que había gastado en convertir la cueva de Annie en su cueva. En comprar los muebles y un barco para transportarlos a través del mar, rodeando casi todo el distrito. Pero nunca había alardeado de su riqueza, nunca se había jactado de ella.
-      Bueno – suspiró -, llevo muchos años sin vivir de algo tan ordinario como el dinero.
Katniss entornó los ojos.
-      ¿Entonces cómo pagan por el placer de tu compañía?
Finnick Odair se acercó unos centímetros a ella, mojándose los labios con la lengua.
-      Con secretos – Se inclinó un poco más, casi rozando su nariz. Podía sentir la incomodidad de Katniss Everdeen fluyendo por sus poros -. ¿Y tú, chica en llamas? ¿Tienes algún secreto que merezca mi tiempo?
Finnick vio un ligero rubor en las mejillas de la chica en llamas y sonrió para sí. Sin embargo, para su sorpresa, ella no se apartó.
-      No, soy un libro abierto – admitió, cerrando los ojos con inocencia -. Todos parecen conocer mis secretos antes que yo misma.
El chico se apartó, sonriendo, y pudo ver al instante cómo Katniss Everdeen se relajaba.
-      Por desgracia, creo que es cierto – Finnick levantó la vista sobre el hombro de Katniss y vio a Peeta, que caminaba hacia ellos. Suspiró -. Ya viene Peeta. Siento que tuvierais que cancelar vuestra boda – Pensó en Annie, y en que él también había tenido que cancelar la suya -. Sé lo muchísimo que debes sentirlo.
Se dio la vuelta y regresó con Mags, Carrie y Yaden, que seguían junto al carro. Finnick se metió un último azucarillo en la boca antes de dárselos a los caballos.
-      ¿Oana? – preguntó Mags, tirando de su muñeca.
-      Está bien – susurró Finnick, dándole un beso a Mags en la frente.
Carrie puso una mano en la parte baja de la espalda de Finnick, empujándolo suavemente para que subiese al carro. El chico tendió la mano hacia Mags, que subió junto a él.
-      ¿Estás bien tú? – preguntó, inclinándose hacia el oído de su madre.
La anciana asintió, aunque Finnick veía reflejada la tristeza en su cara. Hacía demasiados años desde la última vez que había tenido que subirse en un carro y sonreír como si todo estuviese bien.
Finnick le dio un apretón.
La música comenzó a sonar en el exterior, justo cuando el primer carro empezó a salir. Gloss y Cashmere pusieron sus mejores sonrisas y comenzaron a saludar.
Cuando le llegó el turno al carro del distrito 4, Finnick cerró los ojos y respiró hondo.
‘Eres Finnick Odair’, se dijo.
‘Vuelve, vuelve, por favor, vuelve…’.
Abrió los ojos, sonrió y se convirtió en el Finnick Odair que todos querían ver.


*Hoooooooola, getecilla, ¿cómo os va todo? Como alguno ya sabréis, bueno, siempre que ocurre algo importante hago un inciso en el fic para comentarlo, y hoy no iba a ser menos, porque... hay una cuchara/dragón/criatura/fucking-cute-fireduck que está en proceso de crecimiento right now, so... ¡Feeeeeeelizfelizfelizfeliiiiiiiiiiiz cumpleaños, Shen! Consejo: piensa que es tu cumpleaños, no pienses en que es domingo... y después lunPERDÓN, TÚ PIENSA QUE ES TU DÍA Y YA, ÑA. Well, pues eso, bicho, muchas felicidades. Que eres genial, srly, y, como le dije a L en su momento, una de las personas más increíbles que he conocido en mi vida. Las dos, jopé. Y no sé, man... Just wait for us today...
Love ya so much <3
Y espero que te guste este regalo, ña*.