sábado, 29 de junio de 2013

Capítulo 42. 'Vuelta a casa'.

-         ¡Tú!
Finnick se lanzó contra Dexter en cuanto este abrió la puerta de la casa. Empujó al hombre contra la pared, poniéndole el brazo bajo el cuello. Finnick notaba el pulso del que había sido su ‘amigo’ contra su piel, rápido.
Recordó cómo latía el corazón del último chico al que había matado en la Arena, seis años atrás.
-         Finnick – susurró el hombre, boqueando -. ¿Qué estás… haciendo?
Annie colocó una temblorosa mano en la espalda del chico, pero este no se apartó. Era un traidor, les había vendido a Snow. Le dio una bofetada.
-         ¿Con qué te ha pagado, eh? ¡Con qué!
Dexter se debatía bajo sus brazos, pero Finnick se negó a apartarse. Quería hacerle daño, mucho más daño que romperle la nariz, como había pasado la última vez.
-         Finnick – musitó Annie a su espalda.
Finnick la ignoró, golpeando de nuevo al hombre. Dexter cerró los ojos, mientras su mejilla enrojecía.
-         No sé… de qué… estás hablando.
Finnick lo soltó, dándole un puñetazo en el estómago.
-         ¡Snow lo sabía! ¿Con cuánto te ha pagado, dime?
Se acuclilló junto a Dexter, cogiéndolo por el cuello de la camisa. Tenía la cara enrojecida por el esfuerzo de respirar, con las venas palpitando en su cuello. Finnick lo obligó a mirarlo a los ojos.
-         Soy bueno sacando secretos, Dexter, pero podemos hacerlo por las malas.
-         ¡Finnick!
El chico se giró. Esta vez había sido Mags la que había gritado, no Annie. La chica estaba sentada en las escaleras, abrazándose las rodillas, balanceándose y escondiendo la cabeza entre mechones de su pelo. Finnick se acercó a ella con cautela.
-         An…
-         No entiendo – dijo la chica, sin levantar la vista -. No entiendo por qué le pegas.
-         Annie…
-         No le pegues – pidió, llevándose las manos a los oídos -. No quiero verte así.
Finnick le apartó las manos de las orejas, poniéndole después un dedo bajo el mentón para mirarla a los ojos.
-         Está bien. Pero él se va a ir.
-         ¿Por qué? No entiendo…
-         Mags – llamó el chico, sin apartar la mirada de Annie -. ¿Puedes ir con ella arriba?
La anciana miró preocupada a Dexter antes de volverse hacia ellos.Finnick ayudó a Annie a ponerse en pie y Mags cogió a la chica por los hombros.
-         Vamos, Annie – dijo, subiendo con ella las escaleras.
Cuando ambas desaparecieron en el piso de arriba, Finnick se volvió hacia Dexter, que seguía sentado en el suelo, mirándolo, con las mejillas rojas y la camisa prácticamente rasgada. Finnick se acercó a él y, tirando de su codo, lo levantó y lo empujó hacia la sala de estar. Dexter se tambaleó al atravesar la puerta.
-         Siéntate – ordenó Finnick, cogiendo una silla y poniéndola con fuerza frente a él -. Vas a contarme cada maldito secreto que tengas, y luego vas a recoger tus cosas e irte de aquí antes de que decida meter tu cabeza en un cubo de agua.
Dexter tomó asiento, sin levantar la vista hacia el chico. Era irónico, pensó Finnick, que él, que apenas tenía veinte años, pudiese imponer a un hombre de ¿cuánto, treinta?
Pero él había ganado los Juegos del Hambre. Eso lo convertía en una amenaza a tener en cuenta.
-         Muy bien – dijo Finnick, rodeando la silla -. Te escucho.
Oyó a Dexter tragar saliva. Pero nada más.
Sintió la rabia crecer dentro de él, como una bestia en su estómago alargándose por todo su cuerpo. Respiró hondo, colocándose frente al hombre.
-         ¿Y bien?
Dexter cerró los ojos.
-         No puedo – susurró, mirándose las manos -. No puedo decir nada.
-         ¡Habla! – gritó Finnick, golpeando el marco de la puerta con la mano.
Dexter levantó un poco más la cabeza, sin llegar a mirarlo, y suspiró.
-         Hice una promesa…
-         Las promesas hechas a Snow no valen nada – masculló Finnick, girándose.
-         No fue a Snow – dijo Dexter, a su espalda. El chico lo miró y vio que, por fin, el hombre se había dignado a levantar la vista -.  No sé qué te habrán contado en el Capitolio, Finnick, pero yo no hago tratos con Snow.
Finnick lo miró a los ojos. Desearía poder creerle. Al fin y al cabo, todo lo que había conseguido con Annie, aunque eso pendiese de un hilo y no en condiciones favorables (por no decir que Annie había vuelto a ser un noventa por ciento de lo que era antes de Dexter), había sido gracias a él. Le miraba con sinceridad, sin mentiras en sus ojos color miel. Pero Finnick, más que nadie, sabía que se podía fingir y convencer de una manera tan real que pareciese verdad, porque él mismo lo hacía.
-         Entonces, ¿cómo es posible que Snow supiera el estado de Annie, Dexter?
-         No lo sé, Finnick. Pero te juro, por lo que más quieras, que no tengo nada que ver con Snow.
Finnick suspiró, pasándose una mano por el pelo.
-         No entiendo nada, Dexter. Llegamos al Capitolio, Snow me pide un diagnóstico de Annie, le miento lo mejor que puedo y él parece saber su estado, incluso aunque nadie, excepto nosotros, la ha visto desde la Arena. ¿Cómo es posible que lo supiera?
-         Snow no está precisamente donde está por sus dotes de gobernante, Finnick. Es astuto. Dicen que tiene ojos y oídos en todas partes.
-         Ya.
El chico se dio la vuelta de nuevo, con las manos en la nuca. No podía confiar en Dexter. Podía ser un gran actor.
-         Finnick, te prometo que él no me ha enviado aquí. Yo no os traicionaría.
-         ¿Ah, sí? – preguntó Finnick, cansado -. Entonces dime. ¿Quién te envió?
-         Te dije que nadie.
-         No te creo. Antes has dicho que hiciste una promesa. ¿A quién?
Dexter volvió a bajar la cabeza.
-         No puedo.
-         ¿¡Quién te ha enviado!?
Finnick se giró, colocando las manos en los antebrazos del hombre. Apretó, sintiendo cómo sus uñas se clavaban en su piel. Dexter se retorció, negando con la cabeza.
-         ¡Dímelo!
-         ¡Mags! Fue Mags, ¿vale? Ella.
Finnick lo soltó. Esperaba cualquier otra cosa. Que aceptase que Snow lo había enviado, o que confesase que había sido alguien del Capitolio que quería algo de ellos. ¿Pero Mags? Cuando Dexter había llegado, la anciana ni siquiera se preocupaba mucho por Annie. ¿Por qué iba ella a enviar a nadie?
‘Puede que lo hiciera por mí’, pensó, apartándose de Dexter.
-         Cómo que Mags? – repitió Finnick, acuclillándose junto a la silla.
-         Le hice una promesa, Finnick. Ella no debe saber…
-         Cuántamelo o entenderé que mientes.
Dexter lo miró a los ojos por un segundo, antes de resoplar con fuerza.
-         Yo no vine aquí por Annie – comenzó -. Es cierto que la estoy ayudando, porque quiero hacerlo, pero eso al principio… fue solo una excusa.
Finnick se puso en pie, frunciendo el ceño. ¿Una excusa? ¿Una excusa para cubrir qué?
-         Mags contactó conmigo poco después de la Gira de la Victoria. Debes saber, Finnick, que no soy un médico especializado en traumas, como te dije en un principio. Estoy especializado en otra clase de cosas.
-         ¿Qué clase de cosas? – preguntó Finnick. Cada vez estaba más confuso.
-         Mags me buscó a mí. Es cierto que había seguido vuestra trayectoria, pero no más que cualquier otro ciudadano del Capitolio.
-         ¿Qué clase de cosas, Dexter?
El hombre tragó saliva de nuevo. Se le veía visiblemente nervioso, como si realmente estuviera luchando contra sí mismo para confesar. Finnick se rascó el cuello, preocupado. No sabía hacia dónde estaba yendo la conversación.
-         Enfermedades degenerativas – confesó Dexter finalmente.
-         Degenerativas? – repitió Finnick -. ¿Por qué contrataría Mags a un médico especializado en enfermedades degenerativas?
Dexter desvió la mirada, incómodo. Finnick no entendía nada. Annie no tenía ninguna de esas enfermedades, de eso estaba casi seguro, y Dexter había dicho que él no había ido allí por Annie.
-         ¿De qué va todo esto, Dexter?
El hombre colocó las manos en sus rodillas, respirando hondo.
-         Mags está enferma, Finnick.
Finnick abrió la boca para decir algo, pero no salió ningún sonido de su garganta. ¿Mags, enferma? ¿Su Mags, la mujer que había sido más que una madre para él? Eso era ridículo. Imposible. Mags siempre había tenido una salud de hierro.
-         La suya es una enfermedad muy extraña, y mucho me temo que irreversible. Por eso acudió a mí. Ya había estado en más sitios, con más médicos, pero yo soy el único que ha estudiado esa enfermedad en procesos avanzados.
-         ¿Cuál es? – masculló Finnick, sentándose.
-         Degenera las partes del cerebro dedicadas al habla. Con los avances de hoy en día, podría tratarse hasta prácticamente la curación si la hubiésemos cogido a tiempo, pero en el caso de Mags…
-         No la habéis cogido a tiempo.
Finnick apoyó la frente en las palmas de las manos. Mags iba a perder la capacidad de expresarse. Mags, que siempre había aparentado ser tan fuerte, a pesar de su edad. Se pasó ambas manos por el cuello. Primero Annie, ahora Mags. ¿Quién sería la siguiente? ¿Johanna?
-         Lo siento, Finnick.
El chico levantó la vista hacia el médico.
-         Vine aquí para tratar a Mags, pero ella me pidió que no os lo dijera. Así que recurrí a Annie como excusa, y lo siento por ello, pero ha funcionado, y eso es lo que importa.
-         ¿Cómo va Mags? – preguntó Finnick.
-         Desde que estoy aquí, solo he visto una recaída grave, cuando tú te fuiste al Capitolio. Fue horrible para ella, no saber cómo decir lo que pensaba.
Finnick sentía cómo su cuerpo temblaba levemente, pero se obligó a mantener la calma. Ahora tendría que ser más, más fuerte por las dos, más valiente por las dos.
-         Lo siento, Finnick – repitió Dexter, sin levantarse de la silla -. Por haberos hecho desconfiar, por haber puesto a Annie de excusa… y por Mags.
-         En realidad, Dexter – dijo Finnick, yendo hacia él -, a pesar de haber querido partirte la nariz otra vez hace apenas media hora, te lo agradezco. Ayudar a Mags, a Annie… De verdad.
Dexter le puso, temeroso, una mano en el hombro. Finnick casi lo agradeció, y se sintió más culpable que nunca por haber desconfiado de él.
-         Cómo ha ido la visita al Capitolio? – preguntó.
-         En cuanto a eso… - comenzó el muchacho.
Sin embargo, apenas había empezado cuando se oyó un grito en el piso de arriba. Los dos
se miraron, con los ojos llenos de alarma, antes de subir corriendo las escaleras.




sábado, 22 de junio de 2013

Capítulo 41. 'Empezar de cero'.

Kit.
Su amigo.
Su acompañante.
Había muerto.
Lo habían matado.
Decapitado.
Había sangre por todos lados.
Y él sonreía.
Su cuerpo se había quedado en pie unos segundos antes de caer.
Pero había una sonrisa.
Manchada de sangre.
Sangre roja.
De su amigo.
De Kit.
 

¿Por qué había sonreído? ¿Tanta gracia le hacía morir? ¿Sonreiría ahora que estaba muerto? ¿Estaría feliz?
Sangre. Y sonrisas. Y una piel morena. Y un mechón de pelo rizado y oscuro.
Eso era todo cuanto veía.

 

Y un muro. Un muro alto, más alto que cualquier otra cosa existente. Y escuchaba el sonido del mar, como un rugido. Venía a por ella. Siempre venía a por ella.
Dolía. Dolía mucho.
 

Estaba en una nube. Sentía su tacto suave en la piel, y flotaba.
Annie abrió los ojos y se encontró con el cielo más azul que había visto nunca. Era un azul precioso, un azul…
… completamente artificial. Annie se quedó mirando la lámpara que pendía del techo. Se movía, como si hubiese aire, a pesar de que no había corriente en la habitación.
-         ¿An?
Annie habría reconocido esa voz en cualquier parte. Se giró y vio a Finnick, sentado en una silla al lado de la cama. Ni siquiera se había dado cuenta de que el chico había cogido su mano y se la había llevado hasta los labios. Le quemaban sobre su piel.
-         Annie – suspiró Finnick, besándole los nudillos. Tenía ojeras, y los ojos rojos.
-         ¿Has llorado? – preguntó Annie, sin apartar la mirada de él.
Finnick sonrió con tristeza, acunando la diminuta mano de Annie entre las suyas.
-         ¿Por qué? – inquirió.
Finnick volvió a apoyar los labios sobre sus dedos. Su aliento ardía.
-         ¿Cómo estás, An?
Annie se soltó de él, dándose la vuelta. No podía recordar nada. Le dolía la cabeza, además de los brazos y el cuello, y le ardía el estomago como si se hubiese tragado fuego. Y, sin embargo, sabía que algo había tenido que pasar para que Finnick estuviese así.
Cerró los ojos y lo vio, como una chispa, pasando a toda velocidad por sus párpados.
Kit.
No podía respirar. Veía una y otra vez su cara, su cabeza en el suelo, la sangre. No quería verlo, no quería.
Finnick apareció en el lado de la cama en el que ella se encontraba. Tenía la camisa arrugada, el pelo despeinado y los ojos llorosos, pero no parecía importarle. Se acuclilló a su lado y le tendió algo.
Su cuaderno.
Lo dejó sobre el colchón antes de levantarse y salir de la habitación. Annie empezó a llorar cuando la puerta se cerró, acunando el cuaderno entre sus brazos. Todo giraba a su alrededor.
Kit.
Finnick.
Su madre.
El presidente Snow.
El muro enorme.
La ola, amenazando con llevarla a las profundidades.
La sangre.
 
Dexter dice que es bueno recordar. ¿Cómo va a ser esto bueno? Duele. Duele mucho. Cada recuerdo que he tenido ha sido malo. Mi madre. Kit. El muro y la ola. Desearía poder sacarme lo que hay dentro de mi cabeza y no volver a recordar. Ni a pensar. Sería bonito ser un pez.
Kit murió.
Lo mataron.
Le cortaron la cabeza con un hacha.
Y había sangre.
No puedo escribir esas cosas. Es malo.
No puedo.
Kit. KIT. KIT. KIT.
Yo estaba allí. Yo lo vi.
YO LO VI, YO LO VI, YO LO VI, YO LO VI.
Está muerto. Y no hice nada. Aunque, ¿qué iba a hacer, pegarle la cabeza al cuerpo?

 Annie empezó a reír, rasgando la hoja con el lápiz. Pasó un dedo por los tachones, viendo cómo las lágrimas emborronaban la hoja. Todo estaba mal.

 Sonrisas. Todo lo que veo son sonrisas. ¿Es tan bueno morir? Kit sonreía. A lo mejor quería morir. Estoy segura de que hubiese preferido otra forma. Mamá me contó que había una ‘muerte dulce’. No es morir por comer tartas, sino morir sin darte cuenta. Seguro que Kit quería una muerte así.
¿POR QUÉ ESTOY TACHANDO TODO LO QUE ESCRIBO SOBRE KIT?
QUIERO OLVIDAR.  QUIERO RECORDAR.  QUIERO OLVIDAR.
QUIERO OLVIDAR.  QUIERO RECORDAR.  QUIERO OLVIDAR.
QUIERO OLVIDAR.  QUIERO RECORDAR.  QUIERO OLVIDAR.
QUIERO OLVIDAR.  QUIERO RECORDAR.  QUIERO OLVIDAR.
QUIERO OLVIDAR.  QUIERO RECORDAR.  QUIERO OLVIDAR.
 
   Q   U   I   E   R   O           O   L   V   I   D   A   R .

 
Annie pasó el lápiz sobre la hoja, con fuerza, rajándola aún más. Tacharlo todo. Esa era su vida. Tenía que tacharlo todo, eliminarlo. Todo negro. Quería volver a ese momento en el que miraba hacia atrás y solo veía negro. No veía a su madre. No veía a Kit. Incluso no reconocía a Finnick.
Nadie importaba. A nadie podía importarle. Annie quería deshacerse de su pasado.
-         ¡QUIERO OLVIDAR! – gritó, lanzando el cuaderno contra la ventana.
Finnick entró en la habitación, con el pelo mojado. Ella lo miró, llorando, y le lanzó la almohada. Le lanzó una zapatilla, los adornos que había en la mesilla de noche. Quería olvidarlo incluso a él. Todo su pasado. Le dolía, pero era la única manera.
QUERÍA OLVIDARLO.
Finnick llegó hasta la cama y se lanzó sobre ella, inmovilizándola sobre el colchón. Annie gritó.
-         ¡Vete! – chilló, arqueándose -. ¡Vete, vete, vete!
Finnick lloraba, y sus lágrimas caían sobre las ya mojadas mejillas de Annie. La chica pateó sobre el colchón. Entonces, Finnick le agarró las muñecas, apretándolas sobre la almohada y la besó.
La besó con rabia, con furia. Annie siguió pataleando. ¿No entendía que quería olvidarlo?
Pero no quería.
No quiero.
No a él.
Annie dejó de moverse. Finnick le soltó las muñecas y clavó los dedos en su cintura. Annie entrelazó los dedos detrás de su cuello, introduciéndolos en su pelo mojado. Tiró de él hacia ella. Sentía un dolor extraño en la piel, como si Finnick quemara.
Pero da igual. Da igual, da igual.
Finnick se irguió, brusco, con los dedos sujetando con fuerza la camiseta de la chica.
-         No te vas a volver a ir – gruñó, dándole otro beso -. No voy a dejar que te vayas.
-         No me voy a ningún sitio – susurró Annie. Tenía incluso miedo de la rabia con la que se lo estaba diciendo.
-         No vas a olvidarme. No puedes olvidarme.
-         No puedo.
Finnick gruñó de nuevo, buscando sus labios. Algo estalló cuando volvieron a unirse. Fue como si fueran una sola persona.
Annie quería olvidar. Quería olvidarlo todo.
Pero no a él.
Él era necesario.
Recordó a Johanna Mason, mirándola seriamente, con el maquillaje corrido por la cara.
‘¿Tú le quieres?’.
Annie tiró de Finnick hacia ella de nuevo. Su Finnick.
Ahora entendía qué quería decir él cuando le pedía que no se fuera. Ella se estaba marchando. Quería dejar todo atrás. Olvidar sus recuerdos de una vez, olvidar a todas las personas.Ya se estaba yendo. Kit, su madre, el muro, la ola, la sangre y los recuerdos se la estaban llevando. Recordaba cuando lo veía todo. Recordaba  ahora las sombras. Dexter le había dicho que eso solo estaba en su mente. Pero estaban ahí.
No quería volver a eso.
No quería irse a eso.
Y Finnick tampoco.
-         Tú no vas a olvidarme – masculló Finnick, introduciendo los dedos en su pelo.
Annie asintió.
Había alguien esperando en su mente, alguien que quería llevársela. No podía soportar a esa persona ahí, esperando. Se la imaginaba como ella misma, sonriendo, señalándola con un dedo, riéndose de ella.
Estoy esperando.
No podía dejarla. No la dejaría.
-         Ayúdame – suplicó, separándose de Finnick.
El chico se levantó, apoyándose sobre los codos.
-         Siempre, An.Ya lo sabes.
Entonces, Annie empezó a llorar.
Finnick se levantó y cogió el cuaderno del suelo. Observó la hoja, tachada, hecha jirones. Annie lloró más fuerte aun. No podía controlar los espasmos, era como una bestia en su interior obligándola a llorar. Finnick se sentó detrás de ella y le pasó el cuaderno y el lápiz. Annie los cogió mientras él pasaba los brazos alrededor de su cintura.

 
No voy a irme a ningún otro sitio.
No voy a ser ninguna otra persona.
No voy a olvidar.
Ni voy a recordar.
No me esperes.
No pienso ir.
Voy a llorar todas mis lágrimas.
A gritar todos mis gritos.
Voy a recordar todos mis recuerdos.
Y va a doler.
Pero yo no me voy.

 
Annie sitió a Finnick apoyando la barbilla en su hombro, con los brazos a su alrededor. Se recostó contra él, apoyando el cuaderno en sus rodillas.

 
Te quiero.

 
Annie soltó el lápiz. Nunca se lo había dicho. Ni siquiera estaba segura aún, incluso después de haber hablado con Johanna, de lo que eso significaba. Pero había oído a su madre susurrárselo por las noches, antes de dormir, cuando era una niña. Y la había oído también decirlo delante del pequeño baúl que había tenido con todas las cosas de tu padre. ‘Te quiero’, le decía. ‘Aún te quiero’.
Annie cerró los ojos. Quería a Finnick.
Sí, lo quería.
Cuando volvió a abrirlos, estaba atardeciendo. Se había quedado dormida sobre el pecho de Finnick, que seguía tras ella. Annie sintió su respiración regular y su pulso constante sobre su espalda. No necesitó mirarlo para saber que estaba dormido.
El cuaderno seguía sobre sus rodillas, pero alguien había escrito. Annie le quitó el lápiz a Finnick y lo dejó sobre la mesa, antes de leer lo que él le había puesto.
Sonrió, sintiendo ganas de reír y llorar al mismo tiempo.

 Yo también te quiero.


sábado, 15 de junio de 2013

Capítulo 40. 'Sacrificio'.

El Presidente Snow miró a Finnick desde el otro lado de la mesa, con los dedos cruzados sobre el pecho. Finnick se irguió en la silla, incómodo.
-         Llevamos casi una hora aquí, y no me has dicho nada que no sepa ya – dijo el presidente, tranquilo.
-         ¿Qué quiere saber?
-         Cómo está la chica. Si se está recuperando. Si puedo tener una conversación a solas con ella.
Finnick cerró los puños debajo de la mesa, intentando aparentar indiferencia. El presidente sonrió, mostrando unos dientes perfectamente rectos y blancos bajo los gordos labios. Totalmente artificial.
-         En realidad, señor Odair, no debería por qué… digamos, pedirte permiso. Ella es de mi propiedad tanto como tú lo eres. Sin embargo, soy considerado. Sé que tanto tú como la señora Wolsey estáis supervisando su recuperación. Quiero… detalles.
El chico sintió las uñas clavándose en las palmas de sus manos cuando el presidente mencionó a Mags. Respiró hondo. Apenas un año atrás, el presidente había insinuado que, en caso de que Annie mejorase, podría utilizarla del mismo modo que lo usaba a él. Tragó saliva para detener la náusea que le subía por la garganta. Ya era bastante malo tener que hacerlo él, no quería que nadie, y mucho menos su Annie pasasen por eso.
-         Annie Cresta no está bien aún. Sigue desvariando, tiene bruscos cambios de humor… - mintió, mirándolo directamente a los ojos -. Ha mejorado con respecto a la Arena, pero no lo suficiente.
El presidente frunció el ceño, poniéndose los dedos en los labios. Finnick aguardó.
-         ¿Y si te dijera que no me creo una palabra de lo que estás diciendo?
Finnick sintió cómo sus músculos se ponían en tensión. ¿Habría visto algo? ¿Les habría traicionado alguien? Su mente le llevó directamente a Dexter. Pero no podía ser él, no podía. Él estaba ayudando a Annie, él…
Por supuesto.
Dexter estaba ayudando a Annie a mejorar. Eso era precisamente lo que el presidente Snow quería.
Intentó relajarse, pero no podía. Se sentía traicionado. No podía decir que Dexter fuese su amigo, pero le tenía aprecio, mayormente gracias al trabajo que había hecho con An.
-         Creo que Annie Cresta está perfectamente bien – continuó el presidente -. Quizá no sea una persona coherente, pero podría jurar que es capaz de pensar por sí misma, ¿verdad?
Finnick esbozó una sonrisa, a pesar de que seguía con los puños cerrados con fuerza bajo la mesa.
-         No digo que no, pero le prometo que ella no está del todo bien.
-         Matiza ese del todo, señor Odair, por favor.
-         Ya se lo he dicho. Desvaríos. Ataques. Cambios de humor. A veces está tranquila, otras veces está… - Finnick chasqueó la lengua, como si estuviese buscando la palabra adecuada – loca.
El presidente soltó una carcajada. Finnick cerró aún más los dedos, ignorando el olor de sus uñas perforando las palmas.
-         Muy bien, será mejor verlo con nuestros propios ojos, ¿no crees?
El hombre se levantó del enorme sillón, atusándose el traje. Finnick lo miró extrañado.
-         ¿Cómo, señor?
-         Está en la fiesta, ¿no es así? Creo que es hora de conocernos oficialmente.
Finnick abrió las manos, estirando los dedos al mismo tiempo que salía de la habitación junto al presidente. Se pasó una mano por el cuello despreocupadamente, aunque todo cuanto estaba era preocupado. ¿Cómo podía hacerle ver al presidente que Annie estaba completamente loca, si últimamente parecía tan corriente? Relativamente corriente, al menos, teniendo en cuenta sus circunstancias.
La música entró por sus oídos en cuanto pusieron un pie en la sala principal. Estaba atestada de gente, tanto tributos vencedores, como cargos importantes, como entidades del Capitolio que podía pagar la entrada a la fiesta simplemente por el orgullo de poder decir que habían estado. Finnick buscó a Annie, impaciente. Sentía la presencia del presidente como una hoguera, quemándole la piel de un modo insoportable. Había dejado a Annie con Johanna, o más bien ella la había arrastrado entre la multitud. Solo tenía que encontrar a una de las dos, pues confiaba en que su amiga no habría perdido a Annie.
De repente, el presidente se tocó la rosa blanca que llevaba en el bolsillo del pecho, con una sonrisa.
-         No parece muy loca, ¿no crees, señor Odair? Solo un poco ebria.
Finnick siguió la mirada del presidente y las vio. Estaban en la pista, cerca de la barra, junto a Haymitch Abernathy, Chaff Ducson y un par de personas a las que no reconoció. El estómago del chico se encogió, al clavar su mirada en ella. Annie hablaba y se reía con un camarero con el pelo verde, mientras este le acercaba una copa llena de líquido azul. Ella parecía una adolescente normal, bastante borracha por el modo en que sujetaba la copa, como si no supiera exactamente por dónde cogerla. Annie abrió mucho los ojos y empezó a reír, mirando al camarero.
Mierda, pensó Finnick.
-         ¡Finn!
Annie corrió hacia él, tambaleándose y tropezando. Finnick extendió los brazos para cogerla antes de que cayera al suelo.
-         Johanna es genial. Y Haymitch. Y Chaff también, aunque le falte medio brazo.
-         Me alegro – gruñó él, soltándola. Olía demasiado dulce.
El presidente se colocó frente a la chica, sonriendo. Finnick comprobó cómo su cara se transformaba. Primero fue desorientación, como si no supiese ni dónde estaba ni quién era ese hombre. Luego, reconocimiento. Y, finalmente, miedo. La chica empezó a temblar.
-         Hace mucho que no nos vemos, señorita Cresta.
Annie retrocedió, buscando la mano de Finnick. Sin embargo, él se mordió el labio y no la extendió. No podía dar ninguna muestra de preocupación delante del presidente.
-         ¿Cómo estás? – continuó Snow, cogiendo una de sus pequeñas manos.
Annie observó las manos del presidente cubrir la suya y el temblor se acrecentó. Finnick la vio morderse el labio, y sus ojos reflejaban todo el terror que unos ojos podían mostrar. Era como si hubiese vuelto a la Arena, lo que, en cierto modo, había pasado.
Recordó que, apenas unas horas atrás, ella había dicho que quería sentirse valiente frente a Snow.
Hoy no, An. Hoy no.
Pero la suerte, como siempre, no estaba de su parte esa noche tampoco.
Annie respiró hondo y miró al presidente directamente a los ojos.
-         Bien. ¿Y usted?
Snow miró a Finnick con una sonrisa, y el chico casi pudo escuchar sus esperanzas rompiéndose contra el suelo.
-         Perfectamente, señorita Cresta – respondió el presidente -. Desafortunadamente, hay más vencedores con los que hablar. Ah, desearía poder conversar más con vosotros, pero… - Snow les dedicó una sonrisa -. Confío en que nos veremos pronto.
Finnick asintió, obligando a las comisuras de su boca a elevarse. Annie se desplomó contra él cuando el presidente se dio la vuelta, pero Finnick no la abrazó. ¿Por qué nada podía salirle bien? Apenas un par de horas atrás, estaba bien, casi completamente feliz, con Annie abrazándolo. Pensando que las cosas solo podían mejorar.
¿Cómo podía haber cambiado todo en tan solo unas horas?
Finnick no podía permitir que Snow prostituyese a Annie. No podía, era algo que le repugnaba solo de pensarlo.
-         Quiero irme – susurró Annie, con la frente apoyada en su pecho.
No podía dejar que Snow le hiciese eso. No a Annie.
Sabía lo que tenía que hacer. Sabía que le iba a doler, tanto a él como a ella. Pero era necesario. La estaba protegiendo.
Apartó a Annie de su pecho y la obligó a mirarlo a los ojos. Los tenía llenos de lágrimas, y temblaba, temblaba con más fuerza de la normal. Finnick se inclinó hacia su oído.
Él también temblaba.
Tragó saliva.
Solo era un nombre. Solo tenía que pronunciar un nombre para que ella se volviese loca. Perdería muchísimo tiempo de recuperación, tendrían que empezar desde cero, pero era un sacrificio necesario.
Un nombre.
-         Finn... – comenzó Annie, colocando una mano en su pecho.
-         Ki…
Pero alguien se le adelantó. Alguien que sabía perfectamente dónde hacer daño cuando era necesario, tanto a amigos como a enemigos. Finnick escuchó su voz, al otro oído de Annie, alta y clara.
-         Kit Grobber.
Finnick se apartó de Annie. Se había quedado completamente blanca. El chico miró por encima de su hombro y vio a Johanna, seria, incluso con una mueca de desagrado en los labios. La chica le devolvió una mirada llena de pena.
Lo siento, parecía decir.
Finnick asintió y volvió a dirigir la mirada a Annie. Miraba sin ver. Parecía a punto de vomitar. El chico se apartó un poco más de ella.
-         Kit… - murmuró Annie, sin levantar la mirada -. Kit. Está muerto.
Finnick sintió su corazón romperse en pedazos que se clavaban en su pecho como agujas. La había destrozado. La había destrozado, y la había perdido.
Eso era malo.
Horriblemente malo.
Pero no era lo peor. Lo peor hubiese sido verla obligada a acostarse con hombres y mujeres que la asustaban, que la trataban como una simple prenda de vestir de usar y tirar. Verla obligada a satisfacer a quienes más temía.
Eso habría sido peor.
Intentaba autoconvencerse de que estaba haciendo lo correcto. De que había que hacer sacrificios, y este era uno. Por su bien. Sintió las lágrimas empezar a formarse en sus ojos, amenazando con caer.
-         Está muerto – repitió Annie -. Le cortaron la cabeza. ¡La cabeza! Y rodó, rodó hasta pararse. ¡Y el tonto estaba sonriendo!
Finnick se apartó de ella. A su alrededor, la gente empezaba a pararse, simplemente para observar. Seguía siendo un espectáculo.
-         ¿Qué tenía de divertido? – continuó Annie, gritando. Finnick se percató de que estaba llorando -. ¡Está muerto! ¡Sin cabeza! ¡Tonto, tonto, tonto! ¡Tenía que correr! ¡Tonto!
Annie se dejó caer al suelo. Incluso la música había dejado de sonar, y los murmullos a su alrededor aumentaban. Finnick quería acercarse a ella, quería abrazarla y protegerla como había hecho siempre.
La estás protegiendo ahora.
La chica tiraba con fuerza de su vestido, desgarrándolo. Finnick vio cómo empezaba a arañarse la piel también y no pudo soportarlo más.
-         Annie – susurró, agachándose a su lado -. An.
-         Su cabeza rodó. Y sonreía. ¡Sonreía! – Annie empezó a reírse, arañándose el cuello -. Sangre, sangre, sangre por todos lados…
Finnick tiró de sus muñecas, apartándole los brazos del cuerpo.
-         ¿Qué le pasa? – murmuró alguien.
-         Está loca, mírala.
-         Pobrecilla.
Finnick ni siquiera podía sentir alivio. Levantó la mirada y vio al presidente, que tenía los ojos clavados en la chica que se autodañaba en el suelo. Snow clavó sus ojos en él.
Solo estaba borracha, ¿verdad?, pensó Finnick.
Se dio la vuelta y desapareció.
Finnick cerró los ojos levemente y sintió cómo las pestañas se le humedecían. Se llevó una mano a los ojos, intentando mostrar cansancio e impaciencia. Pero estaba roto.
Cuando Annie había salido de la Arena, la primera vez que la vio, huyendo de él, también se había sentido así. Pero entonces no había experimentado lo que era estar con ella, lo que era tenerla, que fuese suya, una parte de él casi tan grande como él mismo. Y perder todo eso lo fragmentaba más dolorosamente que nunca.
-         Finnick – susurró una voz en su oído. Mags estaba allí con él -. Finnick, le van a dar morflina.
El chico asintió y sujetó a Annie contra el suelo. Ella se debatió, llorando y chillando como si la estuvieran torturando. Aunque era su mente, sus recuerdos, los que la torturaban.
Alguien clavó una aguja en su cuello, y presionó el émbolo hasta que la jeringuilla quedó vacía. Unos segundos después, Annie se desplomó en el suelo, inerte, con los ojos desenfocados mirando al techo.
-         Sacadla de aquí – ordenó Mags, tirando de Finnick.
Finnick la oyó dar una dirección, pero no distinguió cual. Se apartó de Annie, intentando mantener el rostro serio, con la mandíbula apretada, y miró a Johanna. Ella asintió, aún con los ojos llenos de compasión, esa clase de miradas que solo tenía para él, y se dio la vuelta. Finnick observó cómo un hombre cargaba a Annie en brazos y la sacaba de allí, con el corazón destrozado.
-         Bueno, que siga la fiesta, ¿no? – susurró alguien.
Finnick aún tenía la mirada clavada en la puerta cuando la música volvió a sonar.
-         Vámonos con ella – murmuró Mags en su oído.
Finnick asintió, dejándose llevar por la anciana.
Definitivamente, dolía más esta vez.